No hay que quebrarse en demasiadas partes la cabeza para entender el tristísimo duelo que sostuvieron días atrás, en el estadio Maracaná de Río de Janeiro, los finalistas de la Copa Libertadores.
Palmeiras derrotó al Santos por un gol a cero, con una anotación conseguida en el tiempo añadido, cuando todo mundo daba por descontado que llegarían los tiempos extras y, para como ambos equipos estaban aburriendo, seguramente la serie de penales.
La razón de tan bajo nivel de juego, representada no solo por la ausencia de goles, sino por la carencia de creatividad y juego ofensivo, no es otro que el recurrente éxodo de futbolistas talentosos a los diferentes mercados del futbol mundial.
No hay en equipos de Brasil, ni de Argentina, Uruguay, Chile o Colombia, jugadores atractivos, con inventiva o genio, que uno pueda disfrutar. Todos están en las ligas europeas o las de Japón, China, Qatar. O en las de Estados Unidos y México.
El futbol a nivel de clubes se ha convertido en Sudamérica en un duelo de portentos físicos que poco dominio tienen de la técnica y de la creación. Corren, chocan, pelean, pero son incapaces de engañar con los pies y la pelota, de desequilibrar, de desbordar, de impactar el balón con éxito hacia la portería.
Ese es el futbol que a algunos en México les parece tan atractivo como para que los equipos de la Liga Mx gasten el dinero que ya no tienen para ir a enfrentarlo.
El futbol de Sudamérica enfrenta una debacle imparable en sus ligas. Cualquier jugador con una chispa de talento es absorbido de inmediato por toda una estructura comercial que vive de venderlos, al precio que sea. Que viejos tiempos aquellos de los años setenta del siglo pasado cuando gobiernos como el de Argentina impuso una serie de reglas que impedían que sus muchachos se fueran hasta no tener cierta edad.
Creo que los equipos mexicanos no ganarían más que cansancio participando en la Libertadores.