Dicen que la voz de Dios es la voz del pueblo… Pero no sé si esta sentencia aplique siempre en el futbol.
En el recién concluido fin de semana dos momentos en los que el público cobró notoriedad con silbidos y gritos de rechazo hacia personajes o situaciones protagonizados por defensores de sus propios colores llamaron mi atención.
El primero fue el sábado por la mañana en el partido Barcelona contra Getafe, de la liga española. La persistencia del equipo culé en salir con pelota dominada desde su zona de portería, con el alemán Marc-André Ter Stegen como eje de esas salidas, exasperó a sus seguidores.
Los visitantes, un equipo con una presión alta notable, ganaban la pelota con anticipaciones, lo que generaba jugadas de peligro que pusieron en riesgo la precaria ventaja (2-1)… Pero los integrantes del Barça siempre salieron adelante haciendo gala de su gran toque de balón y movilidad… Pese al nerviosismo de su hinchada.
El segundo momento sucedió el mismo sábado por la noche, en la Liga BBVA. En el partido Chivas contra Cruz Azul, ya en la segunda mitad, los seguidores rojiblancos empezaron a reprochar, con sonoros silbidos, al atacante Uriel Antuna.
Todo un contrasentido. El habitual seleccionado nacional, uno de los refuerzos de las Chivas para este torneo, ciertamente falló hasta tres ocasiones claras ante la portería cementera… otra que tuvo no fue gol solo por una extraordinaria salvada de Jesús Corona.
Pero en lugar de motivarlo con aplausos y gritos de apoyo, la mayoría de los aficionados de las Chivas presentes en el Estadio Akron, decidieron sobajarlo y expresarle su repudio.
¿Por qué? Es una pregunta a la que hay que responder navegando en las profundidades del carácter. Entre el miedo que genera la tendencia a conservar lo ganado. Entre las contradicciones de una cultura basada en el negativismo y el reproche, impropia cuando de lo que se trata es de ganar.