Continuamos con el desvarío que se ha convertido la correcta aplicación del VAR en la Liga BBVA. Una jugada que involucra al polémico portero de los Tigres, Nahuel Guzmán, ha vuelto a ponerle reflectores al trabajo que realizan los oficiales encargados de repetir y analizar las jugadas marcadas como revisables con la tecnología.
Y es que Guzmán aprovechó que el juvenil Eduardo Aguirre se le cruzó en el camino, cuando el argentino se preparaba a despejar el balón, para propinarle una buena patada, una clara agresión amparada en el enredo que ciertamente provocó el atacante santista con su obstrucción.
Alguien de los narradores y analistas que transmitieron el partido en la señal de Fox Sports dijo que la acción ameritaba la marcación de un penalti y la expulsión de Nahuel. Pero no, lo que procedía reglamentariamente, se aclaró en la misma señal televisiva era falta de Aguirre por impedir el despeje y expulsión de Guzmán por la patada.
Pero nadie de los encargados del VAR se atrevió a llamarle la atención al árbitro en la cancha. Por increíble que resulte así fue. ¿Para qué están entonces estos señores?
En el partido del sábado pasado por la noche, entre las Chivas y el Cruz Azul, se puede documentar que vía la diadema que les permite hablarles al silbante y a sus jueces de línea les corrigieron la marcación de un saque de banda. Ahí están las imágenes para quien lo dude.
Insisto, el problema no es el VAR y sus componentes tecnológicos, tampoco lo son los criterios y necesidades que le dieron vida... el gran problema, al menos en el futbol mexicano, es el precario criterio con el que está siendo utilizado en momentos muy identificados.
Resulta que esos encargados de decidir qué jugadas deben repetirse son absolutamente permeables al influyentismo, al miedo a la reacción de ciertos jugadores, entrenadores y directivos... mejor valdría no saber quiénes son o de plano ponerles una capucha que evite represalias.