No tengo la menor duda de que la violencia en los estadios del futbol profesional mexicano se puede evitar. Basta que todos los involucrados en proporcionar seguridad al público asistente se concentren y trabajen con seriedad en cada uno de los partidos.
Queda claro que si esto no sucede los violentos aparecerán y terminarán ensuciando todo, como sucedió ese 5 de marzo del 2022 en el estadio La Corregidora de Querétaro.
Y es que los factores que originan la violencia ahí están, absoluta y tristemente intactos. Hay violencia familiar, hay violencia en las relaciones de pareja, hay violencia social y hay violencia criminal.
Todo esto se puede ver reflejado, insisto, al menor descuido en las tribunas de los estadios, en las explanadas y calles que dan acceso y salida a estos inmuebles.
El futbol mexicano se ha quedado a medias, o sea corto, en el reconocimiento y en el combate de este real flagelo social.
Sancionar con dureza, como lo hicieron con el equipo local (Gallos Blancos del Querétaro), es la acción mínima. Se debieron de desintegrar las barras de animación dando lugar a otras expresiones de este tipo de carácter familiar. Y sobre todo, los famosos de la Liga, los futbolistas y los entrenadores, debieron de haber formado parte de una campaña mediática, dirigida al grueso de los aficionados al futbol, que se centrara en los distintos tipos de violencia que padecemos a diario.
Si bien no ha habido nuevas trifulcas o golpizas entre fanáticos de uno y otro equipo, si podemos constatar que las tribunas de los estadios siguen siendo escenarios terriblemente violentos e intolerantes. Basta ir a un estadio para percatarse de ello.
El mundo futbolístico debería de comprometerse a generar mensajes mucho más directos a esos aficionados. Los medios de comunicación y publicitarios deberíamos de aportar también más en este punto.
Rafael Ocampo
Twitter: @rocampo