Fue una Final, la que protagonizaron anoche Pachuca y Atlas, dominada por el VAR. En la marcación del penal que le dio finalmente a los rojinegros el título. En la expulsión del lateral izquierdo de los visitantes, Chalá, a falta de 10 minutos de que terminara el partido, lo que le dio un toque extra de dramatismo.
Estuvo presente también el VAR en la primera deliberación que obligó a que el árbitro se trasladara a la pantalla para certificar que la acción del peruano Santamaría no había sido falta y en consecuencia el penal que reclamaron los Tuzos resultaba improcedente.
Pero también y esto debe ser lo más importante, fue una Final dominada por el miedo a no perderla y no por el deseo de ganarla. Estoy seguro que si el Pachuca hubiera asumido una actitud más arriesgada en los dos partidos la hubiera ganado con cierta superioridad. Pero entre una actitud calculadora y la falta de recursos ofensivos se selló su derrota.
Ante la ausencia de la sana locura lo que imperó fue la abnegación defensiva. No es un valor que deba menospreciarse, pero no es así que se consigue pasar a la historia más allá de los números. El Atlas es un campeón justo y merecido, pero muy raquítico.
No se necesita ya armar grandes equipos, planteles que jueguen bien al futbol para ser campeón en el futbol mexicano. Orden, entrega, compromiso y dos muy buenos delanteros que puedan anotar en contragolpes o en jugadas a balón parado. Con eso basta. Lo ha demostrado el Atlas, bicampeón.
Tampoco se requiere una plantilla larga y profunda, cara o costosa. Este Atlas viene a romper, con el Grupo Orlegi a la cabeza, paradigmas con los que hemos venido elaborando juicios y análisis. Pero la lógica del mercado no se va a doblar, en días estaremos testificando grandes inversiones de los equipos poderosos financieramente hablando para ser considerados favoritos el próximo campeonato.
Rafael Ocampo
