Me parece una reverenda exageración que alguien crea que la falta de Julio César Cata Domínguez, quien le festejó a su hijo su cumpleaños con una fiesta en la que los niños se disfrazan de narcotraficantes de la banda del Chapo, deba ser sancionada con la “desafiliación” del futbol profesional mexicano. O lo que es lo mismo: con la acción de dejarlo sin trabajo.
Lo de la fiesta se supo por fotografías que el mismo jugador del Cruz Azul subió a sus redes. Solo por ello, o por alguna otra publicación que hubiera hecho alguno de los invitados a ese festejo privado, es que hoy lo sabemos.
Esto es importante y debe ser considerado. Además de que Domínguez difundió ya una disculpa, su club decidió castigarlo al dejarlo sin jugar, por esa razón, en el partido inaugural del campeonato, la noche del pasado domingo en Tijuana.
Lo que el Cata requiere con urgencia es educación, no tanto una reprimenda o un castigo. Si la Federación Mexicana de Futbol o la Liga Mx piensan realmente actuar a través de sus instancias disciplinarias, deberían enfocarse en ello. No es muy complicado darle a este hombre la información y formación que se requiere para que entienda que su manera de actuar y pensar es realmente improcedente y nociva.
No estaría de más que ambas instancias, y los medios y personajes que se han dedicado a sancionar moralmente esto, asuman que hay muchos otros futbolistas, entrenadores y directivos (por solo referirnos al universo del futbol), que a través de escuchar y cantar y difundir canciones (por decir lo menos) que pudieran también estar haciendo apología de la vida que llevan los narcotraficantes.
Aprovechemos esta oportunidad y dejemos de lado esta tendencia insoportable de hacer siempre leña del árbol caído. Lo que el Cata reveló de sus gustos para festejar algo tan inocente como el cumpleaños de uno de sus hijos, menor de edad, es algo que por desgracia comparten muchos más de los que queremos creer.
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