Vamos a suponer que el proyecto para conseguir que la Selección Mexicana de Futbol eleve de forma notoria su nivel competitivo pasa por dos vías.
La primera consiste en colocar en el mercado europeo, en un plazo de dos años, a 40 futbolistas talentosos. No importa la edad, pero sí habría que buscar que fueran algunos porteros y un número equivalente de defensores, mediocampistas defensivos, volantes ofensivos y delanteros.
La segunda vía consiste en jugar al menos 5 partidos de preparación por año ante selecciones prestigiadas en territorio neutral o de visitante… En Europa y en Sudamérica.
Estos dos mandatos, tan concretos como ilustra sú número objetivo, son lo que tendrían que ejecutar los directivos que tienen a su cargo a la selección nacional. Por lo que se sabe, Rodrigo Ares de Parga y Jaime Ordiales.
Nadie podrá discutir que el cumplimiento de estas dos acciones elevaría de forma irreductible el nivel competitivo del representativo mexicano de cara al Mundial del 2026.
No digo que no puedan añadírsele alguna o algunas otras, pero ya las dos primeras tienen un grado de complejidad bastante interesante como para darle contenido a un plan de trabajo ambicioso y diferente.
Ambos puntos, para ser alcanzados, requieren unidad a prueba de filtraciones e intereses particulares entre directivos y propietarios.
Conseguir que al menos 40 nuevos futbolistas mexicanos talentosos implicaría, más allá de la identificación de al menos 100 de ellos, la creación de una especie de gran agencia promotora que se dedique a promoverlos y colocarlos… Pero también requiere que se les ponga un un buen precio de mercado a sus cartas de transferencia. Un esquema de préstamos con opción a compra.
Lo de los partidos internacionales requiere una renegociación con la empresa Soccer United Marketing (SUM), poseedora del contrato de ese tipo de juegos. Que los organicen ellos mismos, pero sobre los parámetros que se requieren para dar ese salto de calidad.
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