Un acto de lógica autoridad sería que el nuevo Comisionado presidente de la Federación Mexicana de Futbol, Juan Carlos Rodíguez, se anticipara, con contundencia, a ratificar a Diego Cocca como entrenador del Seleccionado Nacional. Pase lo que pase en el duelo que el representativo mexicano sostendrá contra su similar de los Estados Unidos, el director técnico seguirá. Esto tendría que decir.
Por muchas y justificadas razones.
Me resulta patético que la nueva estructura directiva del futbol profesional se someta o asuma la serie de presiones para despedir a Cocca si se llegara a perder ese partido. Presiones que sin duda no son más que una expresión de la división directiva que percude y mancha este nuevo proceso mundialista.
Hay un grupo, perfectamente bien identificado (capitaneado por Jesús Martínez, del Grupo Pachuca) que no fue con buenos ojos la designación del entrenador que logró un bicampeonato con el Atlas, equipo que pertenece a Grupo Orlegi (rival abierto del grupo de Martínez).
Si se eligió a Cocca como el sustituto de Gerardo Martino, fue por razones objetivas, que nacen del convencimiento de quienes lo propusieron y nombraron acerca de sus méritos deportivos.
Cocca no es ningún advenedizo. Nadie le regaló nada. Conoce perfectamente al futbolista mexicano y a la Liga en la que juegan la mayoría. Hacer que el Atlas obtuviera un bicampeonato no es cosa menor.
Si la Selección Nacional que ahora encabeza no pudiera ganar el proximo duelo ante los Estados Unidos y si no ganara tampoco el siguiente torneo oficial en el que también tendrán a este equipo como el máximo rival, no sería por su incapacidad, sino por una precariedad de talento futbolístico que haría padecer a cualquier entrenador.
Y resolver esto no pasa por correr entrenadores. También los buenos resultados en la cancha vienen del trabajo conjunto, solidario y comprometido. De todos.
