Si un jugador, en medio de una discusión o alegato colectivo, impacta casi de forma accidental con su rodilla la pierna del árbitro, esto no tiene que dar lugar a que el árbitro, con una tarjeta amarilla en la mano en alto, le regrese el golpe con un rodillazo, ese sí absolutamente intencional.
Que el jugador al sentir el impacto sobre su pierna reaccione magnificando el dolor y se tire al piso simulando una intensidad fuera de lugar es un tanto entendible, pero no por ello justificado.
La Comisión Disciplinaria de la Federación Mexicana de Futbol deberá de sancionar con firmeza y dureza a ambos personajes. Al árbitro Fernando Hernández en primerísimo lugar pues un juez nunca puede justificar una reacción de ese tipo. Y al jugador del equipo León, el argentino Lucas Romero, se le debe sancionar también con dureza por fingir la intensidad de la agresión del árbitro, actuando con dolo evidente.
La misma instancia de la FMF debe sancionar con firmeza y dureza a los entrenadores del América, Fernando Ortiz, y al del León, Nicolás Larcamón, por el pleito que protagonizaron la noche del sábado pasado en plena cancha del Estadio Azteca cuando sus equipos se enfrentaron.
Ortiz le rompió la camiseta a Larcamón, dejándole un hoyo que dejó al descubierto su pecho y parte del estómago cuando se encararon. Al ser ambos expulsados se siguieron retando a golpes e insultando ante los ojos de todos. Pésimo ejemplo para los aficionados y jugadores en un futbol que ha sido sacudido por hechos vergonzosamente violentos en los últimos tiempos.
La única manera de romper de tajo con estas prácticas es mostrando cero tolerancia y para ello debe aplicarse una sanción que duela y de esa forma resulte ejemplificadora. Si se actúa con tibieza esto tenderá a repetirse. Está muy bien que el árbitro, el jugador agredido y el propio club al que pertenece el futbolista se muestren arrepentidos y se deseen castigos que no les impacten demasiado. Pero el asunto no está ya en sus manos.