Un factor muy positivamente diferenciador en el futbol profesional de nuestros días es el de tener al frente del equipo a un director técnico que sepa hacer un extraordinario vestidor.
Para muchos estudiosos a fondo de la forma en la que se arman los equipos campeones (los hay entre directivos, analistas y público), es una condición inequívoca la de tener un entrenador que tenga a sus dirigidos motivados, convencidos, comprometidos y, claro, contentos.
Ningún equipo que se alza con algún trofeo reconocido tiene como jefe a un tirano que divida e imponga miedo. Por más sabio que resulte. Si alguna vez este perfil profesional gobernó en este deporte, ya no.
En la Selección Mexicana de Futbol que siguió al fracaso en el Mundial de Qatar, llegó un personaje que no supo ganarse a sus dirigidos, pese a que él los convocó y les dio un lugar en la representación en la que todos los futbolistas quieren estar. Diego Cocca nunca conectó con los jugadores. No supo cómo o no tuvo tiempo para ello porque priorizó otros temas. La consecuencia fue terrible para él. A las pocas de cambio lo despidieron.
Llegó como emergente en su lugar un hombre con características totalmente diferentes: Jaime Lozano. No hay que relatar ningún episodio de su interacción en el vestuario o en los campos de entrenamiento o en los sitios de hospedaje. Es obvio que los jugadores se sintieron y sienten muy cómodos con él. Y este factor de inmediato les permitió mostrar un grado de compromiso y entrega muy superior al mostrado con Cocca. Se les nota un grado de felicidad, satisfacción y orgullo, dentro y fuera de la cancha, que no tuvieron con el argentino… y si me apuran tampoco con el otro argentino, el que dirigió en el Mundial, Gerardo Tata Martino.
El reto es claro: en la Federación Mexicana de Futbol o encuentran a alguien con las caraterísticas de Lozano y que sepa mucho más de futbol o ya mejor denle la confianza y ratifíquenlo.
