Es verdad que los Tigres tienen jugadores realmente notables en todas sus líneas: por encima de todos Nahuel Guzmán, Guido Pizarro, Rafael Carioca, Sebastián Córdova, Luis Quiñones y André-Pierre Gignac… Pero apenas abajito de ellos a Javier Aquino, Diego Reyes, Diego Lainez, Juan Pablo Vigón, Fernando Gorriarán, Nicolás Ibáñez y Nicolás López…
Hay, por supuesto, otros más que aportaron a la consecución del campeonato: Angulo, Lichnovsky, Samir de Souza, Garza, Fulgencio, Ayala, Ortega…
Pero debe reconocérsele al director técnico Robert Dante Siboldi un papel fundamental. Generoso como es el uruguayo, ayer, encumbrado, dedicó palabras de elogio para Diego Cocca (el entrenador que arrancó el torneo hasta que tras una o dos fechas fue designado al frente de la selección nacional) y para Marco Antonio Chima Ruiz, quien entró como emergente relevo de éste.
Bien por Siboldi. Pero atendiendo esa caballerosidad, puedo decir que nada que ver. El ex entrenador, entre otros equipos del Santos y el Cruz Azul, vino a recomponer a este cuadro que se extinguía, de forma objetiva, entre las sinrazones de sus éxitos pasados. Los Tigres no daban una. Perdían, sin demasiada alma, contra cualquiera. Daba lo mismo si los juegos eran en casa o de visita.
Siboldi, que se encontraba sumido en la soledad en la que lo dejó su fracaso con el Cruz Azul, llegó y demostró partido a partido, entrenamiento tras entrenamiento no solo su capacidad y conocimientos, sino su crecimiento y madurez.
Si bien ya había sido campeón de Liga con el Santos, a Siboldi se le exhibió como un entrenador incapaz de leer los mandatos del futbol. Aquella eliminación cruzazulina contra los Pumas, cuando venían de golear en el primer partido lo condenó.
Unos años después Siboldi fue un valiente, casi temerario, que supo leer el reto que tenía y supo actuar de forma congruente. Es un título de todos los Tigres. Pero más de Siboldi.