La Selección Mexicana de Futbol estuvo a punto de poner el marcador 2-0 a diez minutos del final del partido, pero el bello disparo de Carlos Rodríguez bordeando el área grande, con una estupenda curva, terminó con el balón estrellado en la horquilla, con el grito de gol ahogado en los miles de aficionados mexicanos presentes en el estadio de Glendale, Arizona.
Lo que siguió después con esa pelota rebotada fue una historia con un final muy triste, pues en un perfecto contragolpe, Ferreira puso el empate a uno. Y lo que se antojaba terminaría con una noche esperanzadora y cargadora de orgullo, concluyó dándole cuerpo a la misma frustración con la que se ha venido acompañando el sabor de los últimos juegos de nuestro representativo nacional.
Nomás no se le puede ganar a nuestro odiado rival. Ni en su territorio, ni en el nuestro.
No se perdió, es cierto. Se pudo haber ganado, es también verdad. Pero más allá del empate hay muy poco que se pueda rescatar desde un enfoque positivo.
Actuaciones individuales, sin duda la de Uriel Antuna, el veloz atacante autor del gol, que vino tras recuperar con mucha hambre un balón en media cancha cuando los estadunidenses pretendían atacar. Sostuvo la carrera con el balón a sus pies el cruzazulino por unos 40 metros y tuvo la capacidad de meterla, algo en lo que viene creciendo últimamente.
El planteamiento de Diego Cocca creo que también puede ser destacado. Fue astuto, pero también agresivo, tanto como para generar situaciones de gol y tanto también como para exponerse a algunos ataques del rival.
No creo que a este proceso le vaya a hacer falta entrenador. Lo que sigue en juego y generando dudas es el pobre nivel de la enorme mayoría de los convocados. No marca diferencia casi nadie. Ni los viejos, ni los jóvenes. Ni los europeos, ni los locales. Esto sí que es delicado.