Cultura

Gatos de Carlos Olvera

El escritor y director de escena mexiquense Carlos Olvera Avelar (1940-2013) mantuvo una relación cercana con los felinos, muchos de ellos adoptados como residentes en el hogar que el maestro compartía con su viuda Patricia Maawad Robert. A ella debemos el conocimiento de las anécdotas más significativas de esa relación de amorosa productividad en materia artística, pues el maestro Olvera solía dibujar a sus mascotas y dotarlas de corporeidad humana, con el consabido humor que distinguió la personalidad del maestro.

La Mosca y sus mosquitos, El Moska, Asterisko ’86, Eduviges Monterrubio Fontanet, la Maga, la Negra, la Princesa, El Muñeko (o el Muñi, el Ñeco o Er Muñi), Gatalina, Don Canelazzo, los Sombritas 1, 2 y 3, y el Caballero Lily fueron algunos de ellos, a quienes el maestro dibujó en las más disímiles circunstancias, con una opinión frente a los acontecimientos de la vida privada, a la manera en que lo hacía Paco Ignacio Taibo I con el Gato Culto en un diario de circulación nacional sobre los asuntos públicos, aunque, dicho sea de paso, el maestro Olvera empeñaba mayor complejidad en el trazo.

Inspirado en las circunstancias de la vida cotidiana, el maestro Olvera componía versos a partir de la presencia de sus compañeros, de quienes desprendía con pluma rápida lecciones de humanidad. “El gatito rayado” es un ejemplo:

Dizque este gato rayado

en su patio maulloneaba,

y por ser loco del coco

causaba gran algarada.


Ese gatito malcriado

a su mamá molestaba

y con grandes aspavientos

la traía atolondrada.


Un higadito de pollo

le dio un día su patroncita

mas se lo dio sin repollo

para cuidar su pancita.


Resulta que mamá gata

celosa del tratamiento

lanzó veloz con su pata

un rasguño al alimento.


El gato se enfureció

pues su humor es disparejo

‒¡Ay, mamá me rasguñó‒

le dijo todo chorejo.


Por eso no hay que gritar

cuando no sea conveniente

pues podemos arriesgar

que nos encajen el diente.

Durante muchos años, Carlos Olvera se dedicó a dibujar gatos. Utilizaba cualquier pretexto para hacerlo: la lista de compras, el recado telefónico, la transcripción de una cita textual encontrada en algún libro o película… bastaba que las palabras resonaran en la cabeza del maestro para que apareciera por ahí el gato cuya personalidad mejor se acomodaba a la situación. Así construía el artista su mundo cotidiano, pleno de motivaciones para leer y escribir, para construir un puente sólido con que relacionarse con las personas, tal como sus relatos hacían. Los gatos, compañeros de viaje en la aventura de vivir.

Porfirio Hernández

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