El desarrollo y el perfeccionamiento del ser humano implica necesariamente la relación de las personas, porque es un ser social por naturaleza. Esa relación entre las personas como tales supone, a su vez, la comunicación. Por ello, el lenguaje juega un papel fundamental en el progreso personal y social a nivel propiamente humano, ya que a través de él se comparten conocimientos y afectos que, acompañando a las acciones, se entretejen y enlazan a lo largo de la vida de cada uno y de la historia de la sociedad.
Si toda persona posee, entre otros, "el derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y el conocimiento de la verdad", como decía Juan Pablo II, está claro que posee el derecho de comunicarse con sus semejantes para que se dé la maduración de sus facultades y de su ser. Precisamente aquí encuentra su base la libertad de expresión.
La comunicación requiere de sujetos, pero no es puramente subjetiva, pues se refiere a verdades y a bienes con consistencia propia. El conocer esas verdades e inclinarse hacia esos bienes es un camino y un proceso donde aparecen errores y faltas, pero que pierde sentido si el ser humano se propone como si fuera un dios que decide a su arbitrio la verdad y determina el bien según sus caprichos.
La comunicación sirve para recorrer el camino los unos con los otros, para hacernos partícipes de metas y proyectos, así como para que se señalen errores y peligros. La libertad de expresión se debe inscribir en esta dinámica especialmente en nuestros tiempos en los que las posibilidades de los medios de comunicación han crecido como nunca.
Desgraciadamente, junto al crecimiento de las posibilidades comunicativas, han crecido en el mundo las posibilidades ya coercitivas ya de manipulación sobre las personas y las sociedades. En diversos casos se han renovado las viejas prácticas autoritarias que apagan las oportunidades de diálogo e imponen un único punto de vista a través de la difamación o la calumnia o del insulto, cuando no del abuso del poder. En efecto, las dificultades para el sano uso de la libertad de expresión crecen a causa de ideologías, deseos de ganancia y de control político.
La búsqueda de la verdad y el deseo del bien no son compatibles con la imposición autoritaria, sino con el auténtico diálogo, convencimiento y prudencia decisional. Este debe ser el marco de la imprescindible libertad de expresión para nuestro país y para el mundo.
Pedro Miguel Funes