El más conocido de los padres de la Iglesia es Agustín (354-430), de nombre completo de Aurelio Agustín, que nació en Tagaste, una antigua ciudad del norte de África y llegó a ser obispo de la ciudad de Hipona, también en el norte e África. Conviene recordar que el norte de África formó también parte del Imperio Romano, antes de quedar bajo el dominio musulmán. Así pues, Agustín escribió sus muchas obras en latín.
Como en general la mayoría de los escritores cristianos de los primeros siglos, Agustín no formuló de forma sistemática sus consideraciones sobre temas sociales, sino que sus ideas en este campo se hallan dispersas en sus obras. Con todo, su pensamiento social muestra una dimensión filosófica notable, encuadrándose en su concepción general del universo, tomando al hombre como ser social y comentando importantes temas como la familia y la ciudad (hoy diríamos el estado). En todo ello sobresalen sus ideas sobre el orden y la paz, que precisamente define como la tranquilidad en el orden.
Para él todo se comprende en el orden, pues así ve el universo, y este orden no es otra cosa sino la ley eterna. En su obra sobre el libre albedrío dice que la ley eterna es aquella por la cual es justo que todas las cosas estén perfectamente ordenadas. El orden existe no solamente en los seres inanimados e irracionales, sino sobre todo en el ser humano y en su vida social. El hombre es el único entre los seres capaz de comprender el orden y de actuar libremente. Ese orden lo halla impreso en sí mismo y se llama ley natural.
Desde el punto de vista agustiniano, la ley natural es manifestación de la ley eterna, y desde este punto de vista hay que buscar comprender las propuestas de Agustín en el campo social. Así, quien reflexiona sobre el tema puede distinguir tres aspectos: orden consigo mismo, orden frente al universo y orden respecto a los demás.
Para Agustín la persona humana en relación a las otras personas se halla en igualdad, unidad y proximidad. No hay ninguna cosa tan allegada al hombre como el hombre y, ya que es social por naturaleza, esa misma naturaleza lo inclina a una convivencia acorde con sus semejantes. Para él, cada hombre es parte del género humano, aunque a este principio se opone el hecho de la existencia de discordias y contiendas, esto es por corrupción o vicio de la naturaleza, y dice en un sermón: “No hay animal tan propenso a la discordia por vicio ni tan social por naturaleza como el hombre”