Decía Darwin que los insectos son los seres más inteligentes del planeta. Me sorprende que al leer The Descent of Men nadie se detenga en ese párrafo. Quizá porque a mí me preocupan los insectos, pero deberían preocuparnos a todos.
En la temporada de lluvias, tan solo hace un año recuerdo haber fotografiado grillos, orugas, escarabajos y todo tipo de bichos. Esta temporada, después de mucho buscar en la misma zona, conté tres grillos y una oruga: algo está pasando en el mundo.
Pero ¿por qué ocuparse de los insectos? Primeramente porque de ellos depende la vida; no solamente porque sean polinizadores, que lo son, sino porque también forman parte fundamental de la cadena alimenticia. Pero claro: ¿a quién le importa la cadena alimenticia cuando controlamos la producción masiva de seres vivos para alimentarnos? Y así, el planeta va en picada…
¿Cómo llegamos a esta locura? Hay muchas explicaciones. Heidegger, por ejemplo, consideró que la situación actual del planeta es responsabilidad de la filosofía occidental. Ésta concibió el conocimiento como una relación entre un sujeto que conoce y, aparte, un objeto a conocer. Así, con la falsa ilusión de estar desvinculado del mundo, el individuo asumido como “sujeto” vio todo cuanto le rodeaba como una gran reserva de recursos para su uso personal, no como algo que merece respeto, y olvidamos que somos un hilo en el tejido de la vida.
Esa actitud filosófica tiene su origen en el racionalismo. Ya la sobrevaloración de la razón condujo a Sócrates a considerar que la vida humana es digna de ser vivida solo cuando es analizada racionalmente. Así, la devaluación de los aspectos no racionales de la vida y el menosprecio de todo lo que no es humano, resultó inevitable.
Es fácil juzgar a la vida con parámetros propios, como lo es la capacidad de razonar. Por eso algunos animalistas insisten en que los animales piensan. Y lo hacen, sin duda, pero no es en ello donde radica su valor. La racionalidad no es en sí misma algo superior: es un modo de ser. Otros seres quizá no razonen, pero inteligen y, sobre todo, sienten.
De nuestro respeto a los animales, racionales o no, depende ahora la sobrevivencia de nuestro planeta.