Son muchos los beneficios que brinda internet, pero hoy quiero hablar de uno de sus maleficios: la banalización de la filosofía. Por todos lados encontramos citas de “sabios” que dicen lo que en realidad nunca dijeron; ahora resulta que ni Laozi ni Sócrates fueron ágrafos, sino pericos que no dejaron de enunciar frases célebres que, eso sí, nadie sabe de dónde salieron.
El resultado es que vivir de acuerdo con esa sabiduría barata parecería ser tan fácil como decidir ser feliz: Welcome to Disneyland! Así que si sufres es porque eres pendejo, porque ya un jefe cherokee explicó que todo es cosa de no alimentar los pensamientos negativos sino los positivos. Entonces encima de que sufres, eres pendejo porque en la vida todo es sencillísimo.
Pues no: resulta que los seres humanos somos muy complejos. Como bien lo supo Eugen Bleuler, podemos ser terriblemente ambivalentes, y como bien lo sabemos esto causa mucho sufrimiento en el ámbito emocional: podemos amar y odiar a la vez, cobijar y rechazar a la vez. Y eso es terrible tanto para quien odia y ama, como para quien es odiado y amado. Por eso no es fácil elegir “a qué lobo alimentar”.
Para nuestra suerte Spinoza continúa vivo; las translúcidas manos del judío siguen guiando nuestros pasos. Hay en efecto, dirá este filósofo, dos fuerzas: la tristeza y la alegría y hacia ellas tienden todas nuestras acciones y de ellas se derivan todos nuestras emociones. Pero no podemos simplemente “elegir” una de esas dos fuerzas, porque de hecho ambas están en nosotros, nos guste o no, somos ambiguos.
Lo que sí podemos hacer es conocer nuestras emociones porque si sabemos de dónde vienen podremos destejer la maraña en que constantemente nos enredamos. Spinoza describió cómo funciona la mente humana, como concatena, de manera afectiva, una idea con otra: su objetivo era encontrar las causas del sufrimiento humano y cómo eliminarlo o, al menos, manejarlo.
No se trata de elegir no pensar o sentir emociones o pensamientos negativos, sino de poder reconocer qué los desata para no reaccionar ante ellos con las mismas conductas que nos dañan. Porque nuestra mente asocia ideas y emociones de manera bastante confusa pues lo hace de modo emocional, por eso de repente podemos brincar de un estado de ánimo a otro sin poder controlarlo. Si conocemos racionalmente nuestras emociones, podemos notar los “detonadores” de emociones y los enlazamientos erróneos que realiza nuestra mente de manera puramente emocional, entonces es factible incidir en nuestros procesos mentales como un relojero incide en el mecanismo de un reloj.
Son varias las herramientas: la meditación es un camino muy diferente al de Spinoza, y es igualmente válido. En esta vida cada quien baja las escaleras como puede. Finalmente, lo que el cherokee quiso decir es que no es necesario aferrarnos al sufrimiento que podemos “alimentar”, esto es, fortalecer los recuerdos, los afectos y los pensamientos positivos. Y eso no está nada mal: es aplicar el sentido común a la vida, dejar de darle vueltas a situaciones que nos han ofendido. Pero cuando no podemos soltar es porque algo hay ahí que continúa en la oscuridad y por más que intentemos desatarnos, no podremos. Es entonces cuando la dinámica de los afectos spinoziana viene al rescate.
El viejo “conócete a ti mismo” puede funcionar muy bien porque ¿cómo enfrentar, por ejemplo, una fobia?, ¿cómo manejar las reacciones inexplicables que tenemos ante ciertas personas o situaciones? El camino de la meditación apela a nuestra capacidad para serenarnos y contentarnos con lo que somos y lo que hay: magnífico camino, cercano al del cherokee. Spinoza en cambio considera que, como seres racionales, cuando las emociones son muy complejas y nos mantienen atados es conveniente conocerlas a fondo para manejarlas mejor por lo que hoy llamamos “asociación libre”: se trata de conocer la cadena de eslabones concatenados, entrelazados, que existe entre una emoción y lo que la provoca. Porque Spinoza considera que, por lo general, lo que hace surgir una emoción compleja no está presente sino inmerso en lo que años después Freud llamó el inconsciente.
Lo mejor, yo diría, es conocer varios caminos: multiplicar los muelles no disminuye el mar, Emily Dickinson dixit. Porque en algunos casos pueden complementarse y en otros cabe la posibilidad de elegir uno por encima de otro.
Después de todo, cada quien sube las escaleras como puede y si lo logra, puede también tirarlas a su modo.