Cultura

Equinoccio y muerte de Dios

La invernal muerte de un dios que resucita en primavera es, en la historia de la humanidad, una metáfora constante para festejar el regreso de la vida después del largo invierno. Una de las primeras versiones de esta cosmovisión remite a Babilonia, en donde para celebrar el equinoccio de primavera se recordaba a Ishtar, diosa de la vida y la fertilidad. Su hijoTammuz (Biblia, Ezequiel-8), al igual que el Dioniso griego, era el dios de la vida salvaje y fue desmembrado.

Isthar se dio a la labor de juntar las piezas de su hijo para devolverle la vida a través del apareamiento. Pero como no encontró los testículos, cada año el pueblo evocaba la búsqueda de Isthar; de ahí vendría la tradición de buscar huevos en el equinoccio primaveral.

Tiempo después, en Germania, encontramos una tradición similar, casi como si Ishtar se hubiese transformado en Ostara, también diosa de la primavera y la fertilidad (supuestamente de “Ostara” se derivaría “Easter”; Pascua en inglés). Una ocasión Ostara se demoró más de lo usual y el frío mató un ave; ella la transformó en un conejo, el cual, por haber sido ave, ponía huevos: encontramos nuevamente el símbolo de la primavera asociado a la fertilidad.

Algo de esto aparece en la mitologá griega: Hades raptó a Perséfone, hija de Deméter, diosa de la agricultura. Ante la ausencia de su hija, Deméter se deprimió y el suelo se congeló, haciendo imposible la cosecha. A través de un pacto, Hades aceptó que Perséfone viviera con él seis meses, en los cuales la tierra penaría entre el otoño y el invierno, y los otros seis meses del año regresaría a vivir con su madre, lo que daría lugar a la primevera y el verano.

En estas metáforas festivas encontramos la idea del regreso de la vida al planeta: las religiones surgían de las estaciones, con sus solsticios y sus equinoccios y los tiempos de la vida humana se encontraban acompasados a los de la vida del planeta.

El cristianismo irrumpió en esa tradición para imponer la idea de la muerte de un dios para pagar las culpas humanas. De modo que para esta religión, el equinoccio primaveral no remitió a días de fiesta y alegría, sino a días de luto y sacrificio por la muerte de Dios. De ahí que, para el cristianismo, el inicio de la primavera transcurra sin festejos en torno a la fertilidad: el dios resucitado no es motivo para carnavales, sino para recordar las propias culpas.

Para Nietzsche, con el triunfo de esa religión el mundo se volvió gris: hay una desconexión entre la manera en que se vive el paso de las estaciones y el cristianismo: su forma de marcar el transcurrir del tiempo no está anclada en la vida del planeta, sino en ideas abstractas: culpa, pecado, sacrificio y perdón.

La versión actual de la Pascua es cada vez más laica y mundana. Aunque esté sumergida en el enajenamiento del consumismo, playa, paseos, carnavales y huevos de Pascua, devuelven a la cotidianidad ecos de lo que fue la alegría ante el retorno de la primavera: es la vida que regresa y nos llama a vivirla otra vez.

Paulina Rivero


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Paulina Rivero Weber
  • Paulina Rivero Weber
  • [email protected]
  • Es licenciada, maestra y doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación se centran en temas de Ética y Bioética, en particular en los pensamientos de los griegos antiguos, así como de Spinoza, Nietzsche, Heidegger.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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