Cultura

Empatía

Pasión, compasión, empatía, simpatía, patología, padecimiento, son algunas de las palabras que están emparentadas por el griego pathos, que el Liddell-Scott define como “Lo que le sucede a una persona o una cosa; lo que uno ha experimentado.” Tienen en común la idea de pasividad: no es lo que una ha hecho, sino lo que le ha sucedido, un accidente.

Tener empatía es compartir el pathos del otro, esto es; lo que le pasa al otro. Así, ver a un toro llorar, mugir, gritar de dolor, puede conducir a algunas personas medianamente sensibles o al menos no insensibles, a sentir su dolor. ¿Por qué a otras las deja indiferentes o incluso pueden divertirse sin afectarse por el dolor ajeno? Esa, es la gran pregunta.

Sin duda ser empático requiere un mínimo de sensibilidad o al menos no estar completamente desensibilizado, para poder sentir lo que le pasa al otro. En La edad de la empatía Frans de Waal cuestiona la idea de que el ser humano sea por naturaleza exclusivamente egoísta: en el núcleo de la naturaleza humana también existe el impulso a la empatía que nos lleva a solidarizarnos con el otro: la empatía es algo natural.

¿Qué tiene que ocurrir para que brote la empatía? En esto sucede algo similar a lo que genera la mirada filosófica: en la vida cotidiana miramos sin ver, pues para ser funcionales no podemos detenernos en cada aspecto de la vida. Hay acontecimientos que conducen a una especie de despertar a la empatía, pero se puede despertar a ella solo porque es algo natural en el ser humano. En La edad de la empatía Frans De Waal demuestra que existe una base biológica de la empatía, que requiere la identificación con el otro: sin identificación con el otro no hay empatía. Esos “despertares”, requieren identificación con otro humano, con otro mamífero o en general, con otro animal.

Frente al darwinismo social y su equivocada interpretación de la teoría de Darwin sobre la sobrevivencia del más apto, De Waal recurre a la ayuda mutua, que es también un mecanismo para sobrevivir. En la obra mencionada da ejemplos que permiten comprender que el egoísmo lleva a la ruina a cualquier sociedad. Los seres humanos somos sociales por naturaleza; si vemos reír a carcajadas a un infante corroboramos que la alegría es contagiosa. Compartir y cuidar de los débiles es natural al ser humano y a los primates en general, que sobreviven en grupo. Por eso los primeros cazadores ya aplicaban tanto la empatía como la justicia al distribuir las ganancias. La cooperación era esencial para cazar y para sobrevivir en la misma medida en que hoy las naciones más felices no son las más ricas sino las que mejor comparten el bienestar.

Pero no solo los primates: son muchos los animales que empatizan, de modo que la empatía es anterior al ser humano: somos empáticos porque somos animales. Y ¿en dónde radica la importancia de la empatía? Podríamos decir que la empatía es el primordio de la justicia y la justicia conduce a la paz social.

Si forma parte de la naturaleza humana, ¿qué pasa con quienes no son empáticos? La falta de empatía tiene como sustento la incapacidad de identificarse con el otro: no poder ver los rasgos que compartimos con el otro. Esta es una especie de enfermedad que, llevada a un extremo, es una verdadera psicopatía, que consiste en la incapacidad absoluta de identificarse con el otro. Todo está, por supuesto, en la educación.

Educar en la empatía es indispensable para lograr una sociedad más justa.


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Paulina Rivero Weber
  • Paulina Rivero Weber
  • [email protected]
  • Es licenciada, maestra y doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación se centran en temas de Ética y Bioética, en particular en los pensamientos de los griegos antiguos, así como de Spinoza, Nietzsche, Heidegger.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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