Quien quiera comprender lo que sucede a quienes padecen alzhéimer, debe ver la última actuación de Anthony Hopkins. El logro de The Father no se limita a la actuación que le valió el Oscar al consagrado actor: en ella el espectador vive en la mente del protagonista. Al concluir la función una sólo puede decir: no. No quiero esto para mí ni para quienes me rodean: no es justo.
El problema es que en nuestro país los gobernantes siempre han considerado que no somos los dueños de nuestra existencia y por ello no podemos acabar con ella cuando lo decidamos: de ahí que prohíban la eutanasia. Ésta es el acto médico llevado a cabo a petición expresa del paciente desahuciado que no desea vivir con dolor o sufrimiento. Ya que se prohíbe la eutanasia, podríamos pensar que se aceptara la muerte asistida, en la cual el médico o el personal de salud designado para ello, se limita a otorgar al paciente descrito los medios para poner fin a su vida. Pero eso tampoco se acepta en nuestro país.
¿Qué es aceptado, pues? ¿Aspirinas? Pues sí: aunque parezca increíble, lo único que se acepta en este país es el empleo de analgésicos y los cuidados paliativos, esto es: que el moribundo viva una muerte lenta, en la que se trate de evitar el en ocasiones inevitable dolor, hasta que poco a poco llegue la muerte de manera “natural”. ¿Suena cruel? Lo es.
Luchar por el derecho a la eutanasia es urgente, sobre todo ahora que la tecnología está lista para hacernos vivir más y más en las condiciones que sean. Cada quien debiera tener el derecho de morir conforme a su propia concepción de la dignidad. Para unos es digno morir sufriendo: para otros lo digno es morir en paz, sin dolor y sin prolongar el sufrimiento hasta el final. Por eso no debemos hablar de “muerte digna”: cada quien tiene un concepto diferente de dignidad y cada quien debiera ser libre de morir con base en su propia concepción de la dignidad.
Nadie tiene derecho de quitarle a otro la vida; pero la persona que decide poner fin a su propia existencia para no prolongar su sufrimiento está en todo su derecho a hacerlo y debería aceptarse su voluntad anticipada cuando ella indica en qué casos prefiere optar por la eutanasia.
La eutanasia, la muerte asistida y la muerte digna son tres fenómenos completamente diferentes. Aquellas personas que consideran indigna la eutanasia, que no la pidan y que dejen a los demás morir de acuerdo a su propia concepción de la dignidad: ese es el camino hacia el respeto y la paz social.
Paulina Rivero Weber