El humanismo fue una especie de segundo nacimiento del ser humano: el primero se dio en la Grecia antigua. La larga noche de la Edad Media llegó a su fin o al menos así parecía ser en las expresiones pictóricas, literarias y filosóficas.
Pero de entrada, su importantísimo papel en la historia de la humanidad estuvo limitado a una revaloración únicamente del mundo humano, como si esa fuera la única forma de existencia con la dignidad necesaria para vivir con consideraciones morales y con derechos legales.
En De la esencia de la verdad, Heidegger mostró que esa pretensión de superioridad se apoyó en dos grandes ideas que se relacionan la una con la otra. La primera fue la idea de un Dios creador que Europa heredó de la tradición judeo-cristiana y que posteriormente fue impuesta al continente americano. De acuerdo con esta idea, Dios creó al ser humano a imagen y semejanza de Él, esto lo hizo el ente más digno de la “creación”.
El otro garante ya de corte laico para superioridad humana, se desprende también de la idea de Dios. Al igual que éste, el ser humano posee la facultad de la razón: un Dios racional garantiza la superioridad de la razón. De esta manera, Dios y la razón han sido las dos grandes garantías de nuestra superioridad como especie hasta que Las musas de Darwin, como llamó Sarukhán a uno de sus libros y Darwin mismo, cuestionó esta idea: la evolución de las especies no avanza en una línea ascendente ni pretende afirmar una idea de progreso. La evolución avanza, dice Darwin, cometiendo errores tan absurdos como nuestro inútil apéndice intestinal o como los ojos con párpados sellados propios del topo.
Lo que Darwin ya no dijo es que esta capacidad para razonar pudiera quizás ser un error evolutivo. El que lo podría haber dicho fue Nietzsche. Para él, la capacidad de razonar no es la mejor ni la más importante del ser humano. Éste ha venido despreciando el conocimiento sensible frente al conocimiento inteligible y por eso valoramos tanto nuestra capacidad para razonar y argumentar, pero existen otra formas de conocer al mundo que son más fructíferas e incluso fidedignas, y esas otras formas no son racionales.
Con esto, sin saberlo, Nietzsche colocó la primera piedra para una revaloración de la vida animal que es rica en esas “otras formas” de conocer el mundo. ¿Cómo lo hizo? Este será el tema de mi siguiente entrega: Nietzsche y el animalismo.
Pido un poco de paciencia y prometo llevar a mis lectoras y lectores al fondo del asunto, como debe hacerlo toda filosofía.