Luis M. Morales
Si el pueblo es una entelequia y el diccionario indica que el significado de esa palabra, creada por Aristóteles, es el de cosa irreal, puedo introducirme en los versos de la canción de mi padre como Lewis Carroll propone entrar al país de las maravillas. Evocar al pueblo tiene que ser algo epifánico que revele en el alma lo que evoca; es decir, rastrear sus sonidos, paladear sus sabores, refrescarse con su brisa o asfixiarse con su calor húmedo y pegajoso; disfrutar del aroma de los cítricos, de la alfalfa, de la vainilla, aspirar el olor que brota del horno de leña o los perfumes de jazmines y gardenias. Cada quien tiene su propio pueblo, el origen, quizás, venga desde la infancia o de esa quimera que nació con la epifanía. Pienso en Comala, Macondo, Santa María…
“Es mi orgullo haber nacido en el barrio más humilde, alejado del bullicio de la falsa sociedad. Yo no tuve la desgracia de no ser hijo del pueblo. Yo me cuento entre la gente que no tiene falsedad…”.
Este 19 de enero fue el 96 aniversario del natalicio de José Alfredo. Hace un año escribí un artículo basándome en la misma canción; sin embargo, en esta vez pondré la mirada en otros aspectos.
Nació en Dolores Hidalgo, Guanajuato, en el seno de una familia de clase media que no vivía en el barrio sino a tan solo una cuadra del zócalo y la parroquia. Sobre la calle principal, en Guanajuato 13. Por fortuna está ahí su museo con las puertas abiertas para recibirlos. ¿Entonces, por qué nos cuenta esa mentira del barrio humilde?
“Mi destino es muy parejo, yo lo quiero como venga: soportando una tristeza o detrás de una ilusión. Voy camino de la vida muy feliz con mi pobreza; como no tengo dinero, tengo mucho corazón…”.
Para mí en estos versos está la respuesta, porque el poeta, el creador, sabe desprenderse o se atreve a despojarse de lo que en principio fue su origen para ser lo que desea ser: mucho corazón y, desde ahí, conectar con la raíz. José Alfredo salió a buscarse, a encontrar ese destino que llama parejo, balanceado, podríamos suponer. Emprende el camino como lo muestra la carta 0 del Tarot mítico, la del loco que se lanza al mundo con los pocos recursos que ha adquirido hasta la juventud, pero con la certeza de hacer la jornada y con ello crear su propia idea de pueblo.
Mi padre estaba convencido de que la vida instruye, siempre y cuando recorras el camino: “Sigo aprendiendo despacio lo que la vida me enseña…”, canta en “Pedro el herrero”. Por eso desde temprana edad se fabrica, digamos, una armadura, prepara el viaje con las herramientas que necesitará para enfrentar monstruos, dragones, harpías y sobre todo ingratas.
Como cualquier héroe requiere una carta de presentación. Aquiles era el mejor guerrero, el más veloz, así que, entre otros epítetos, Homero le llama El de los pies ligeros; Heracles, por su parte, representa la fuerza; Odiseo, fue nombrado el ingenioso y a Héctor, el gran héroe de La Ilíada, lo destaca Homero como matador de hombres, domador de caballos, el de más hermosa figura.
José Alfredo descubre sus necesidades conforme avanza y decide ver reflejada su identidad en un poema: “Descendiente de Cuauhtémoc, mexicano por fortuna. Desdichado en los amores soy borracho y trovador…”. Mediante estos atributos consigue ser “El hijo del pueblo”, “pa’ cantarle a la pobreza sin sentir ningún temor…”. Estamos ante la figura de un yo lírico, que ha quedado investido con el ropaje que deseaba. No obstante, siempre será una metáfora girando en torno del personaje o del cantor. Pero en ningún momento aparecerán versos dentro de sus canciones que intenten provocar, convencer o manifestarse en contra de algún régimen; tampoco hay la tergiversación, tan en boga, de ir en pos del populismo buscando adeptos, votos, prebendas…
José Alfredo empatiza con las emociones y con los sentimientos humanos escribiendo letras y melodías para cantar sin divisiones, para cantar a una sola voz; seas del norte o del sureste, de los de arriba o de los de abajo, del centro o de las costas; o simplemente para corear todos juntos en el marco de una fiesta. Jiménez construyó una alegoría dentro de la narrativa de su país, pero gracias a la identificación que logró obtener se ha proyectado hacia el exterior, creando a su alrededor un poderoso sujeto lírico que pudo concluir su periplo con estos versos: “Yo compongo mis canciones pa’ que el pueblo me las cante y el día que el pueblo me falle, ese día voy a llorar”.
Paloma Jiménez Gálvez*
*Doctora en Letras Hispánicas