López Obrador describe el caso de Ricardo Valero en los siguientes términos: “Se trata de una persona con una trayectoria, yo diría limpia, en política exterior. Es importante que se sepa, Ricardo Valero es un diplomático de carrera; un hombre con mucha cultura. Fue en los mejores tiempos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, subsecretario de Relaciones Exteriores, fue legislador, coordinador del grupo parlamentario del PRD. (...) es un internacionalista de primer orden”. Además, este diplomático de 76 años, ha sido profesor en la UNAM, entre otras universidades.
Por eso, dice el Presidente, “la Secretaría de Relaciones Exteriores, lo está atendiendo para ver qué procede; que no haya linchamientos públicos, políticos... […] Digo todo esto para que se trate el asunto en su dimensión; no se afecte, no se destruya la dignidad de las personas, que cuidemos eso. Y si hay errores, porque también eso, debe tomarse en cuenta, todos cometemos errores, todos. Yo no sé quién pueda decir que no comete error[es]. ¿En dónde está la perfección? A lo mejor en la naturaleza, en el creador, pero somos seres humanos…”.
Pero, ¿cuál es la dimensión del asunto? Más aún, ¿cuál es la justa dimensión del asunto? A mi entender no es la propuesta por el diputado Gerardo Fernández Noroña que ve en quienes no robamos libros personas “tristes”, “ridículas”, “burguesas”, “ridículamente puritanas”, monigotes a quienes debe ponerse “una estrellita en la frente” y otorgar “un diploma de ciudadanos integérrimos en cuanto a libros se refiere…”.
La dimensión de la gravedad del asunto viene dada por la investidura de Ricardo Valero, por el rol que juega en la política exterior, por lo que representa en el marco de la regeneración nacional encabezada por López Obrador, por desobedecer el mandato y la advertencia de que habrá “cero tolerancia a la deshonestidad”, como dijo Marcelo Ebrad.
Por ello, si el Presidente quiere que se “trate el asunto en su dimensión”, sin “linchamientos”, sin destruir la “dignidad” de nadie más, sabiendo que en la tierra es imposible “la perfección”, debiera aprovechar la coyuntura para que la opacidad, influyentismo y abuso de poder destapados en su administración sean sancionados.
Cierto, la perfección es para los dioses, pero a muchos nos bastaría con la simple y llana congruencia.