Qué pensará de sí mismo el presidente López Obrador, al:
verse tan igual a esos personajes que durante tantos años, y con tanta rabia, criticó;
verse tan igual a esos personajes que durante tantos años, y con tanta rabia, criticó;
levantar cada día una carpa que exhibe un espectáculo de cuarta, donde no hay mayor rédito que la anécdota y el escarnio;
exhibir a sus adversarios, sin parecer darse cuenta que él es la quintaesencia de la incongruencia;
despilfarrar nuestros pocos recursos en medio de la crisis económica;
solapar la opacidad, promover el influyentismo, tolerar la impunidad y mentir compulsivamente;
defender cada mañana, con uñas y dientes, a una panda de fulandrajos que encarnan todos los vicios del pasado, y revictimizando a quienes durante años han sido presa de la injusticia;
verse obligado a torcer leyes y dinamitar las instituciones, para llevar a puerto sus personalísimos afanes;
sentirse con la autoridad suficiente para meter las manos en cualquier cosa que le venga en gana: elecciones, agenda pública, presupuestos, obras que nacieron muertas, los acuerdos sociales y pactos ciudadanos;
reprimir, de muchas maneras, a quien disienta de él, ponga en duda sus ideas o se exprese de formas “no progresistas”, “conservadoras”;
ver que la tan llevada, traída y supuesta “transformación” no será por la vía civil, sino por la militar;
saber que su decrepitud le arrebata la cordura;
ser uno de los principales artífices de la destrucción del andamiaje institucional que sostiene nuestra incipiente democracia;
desoír a quienes más sufren y traicionar, con su torpe y grosero desdén, a los que le votaron;
ver que el proyecto de regeneración nacional, que en un momento tuvo sentido, por sus muchas torpezas y terquedad huera, está a punto de irse por la borda.
Visto lo visto, parece que el Presidente no piensa más allá de sí mismo.
Pablo Ayala Enríquez