Quienes afirman que la empatía, conmiseración y compasión son “habilidades blandas”, olvidan que dejar una posición de bienestar y confort para meterse por voluntad propia en la piel ajena hasta sentir la ponzoña de la desgracia, está muy lejos de ser algo sencillo, simplemente porque nuestro cerebro está diseñado para encontrar la forma de rehuir al dolor y mantener a raya aquello que nos arrebate la calma. Así que, de suaves, blandas o simples de comprender, internalizar y llevar a la práctica no tienen nada. Por mucho, son más duras que las requeridas para resolver un problema de cálculo integral, leer y analizar un estado financiero o aprender un nuevo lenguaje computacional.
En palabras de Norman Fisher, la verdadera empatía es la “capacidad para hacer a un lado nuestras preocupaciones durante suficiente tiempo como para darnos cuenta de lo que pasa dentro de alguien más sin relacionarlo con nosotros”. Por ello, preocuparnos por los demás manteniendo en suspenso nuestro ego es una habilidad moral tremendamente difícil de dominar. Piense por ejemplo en los comentarios absurdos que Gerardo Fernández Noroña ha hecho con relación a lo sucedido en el rancho Izaguirre. Sus declaraciones, disfrazadas de analíticas, no logran ocultar su desafortunada incapacidad para sentir el dolor de las víctimas.
Por ello no basta saber ponerse en el lugar de los demás (cosa que un enfermo mental o un político de cuarta hace con gran expertise), sino de también preocuparse por ellos, desear honestamente que estén bien y dejen de ser infelices por lo que les ocurre. La conmiseración es, pues, empatía más preocupación por los demás.
Una vez que sabemos cómo empatizar y sentir conmiseración, estaremos en condiciones de sentir compasión, es decir, tener la disposición y voluntad para sentir el dolor ajeno como propio.
Cinicazos de la calaña de Fernández Noroña se preguntarán “¿Y para qué nos sirve todo eso?”. El Budismo Zen dirá que para alcanzar la bodichita, es decir, el despertar espiritual. Una persona con una pizca de sensibilidad moral diría que para lograr conocernos y comprendernos los unos a los otros, conectar y resolver de fondo los problemas que dificultan, y a veces impiden, tratarnos con la dignidad humana que nos corresponde.
Del abecé para sentarse a respirar empleando los mantras que nos permitirán moldear la mente para volverla más empática, conmiserativa y compasiva, hablaré en otro momento.