A finales del siglo XVIII en Europa, específicamente en Inglaterra, el fenómeno de la depresión y angustia era conocido como melancolía; se consideraba a los ingleses como una sociedad melancólica:
“Los ingleses se matan sin que se pueda imaginar ninguna razón que los determine a ello; se matan en el seno mismo de la dicha”.
Hoy en día, las cosas no han cambiado mucho; de hecho, más bien se ha extendido el mal hábito de quitarse la vida, sin motivo aparente, en la plenitud de la vida y el “éxito”.
Regularmente brotan las noticias donde un deportista destacado o un gran actor cinematográfico decide suicidarse, usando una gran cantidad de drogas.
Pero no se necesita ser famoso para quitarse la vida; también en un ambiente o sociedad más cotidiana y ordinaria, se dan los casos de suicidios inesperados, sin justificación alguna, de personas aparentemente sanas, estables y exitosas, aquellas personas que “lo tienen todo”.
Es como si la abundancia, la comida refinada y el confort, lleno de ocio y placer, fueran los condimentos necesarios para arrancarse la vida.
La riqueza y el progreso como factores predisponentes al suicidio.
La libertad de nuestros días, tan defendida a ultranza, puede llegar a convertirse en un tormento para los individuos libres; tener que ejercer la libertad es un martirio; los espíritus libres no logran estar tranquilos en la búsqueda de la verdad.
De ahí nace la indecisión, una duda que fastidia y llena la cabeza de ideas fugaces sin razón.
Un impulso por satisfacer cualquier deseo que nos venga a la mente; pero parece una carrera interminable por ese “deseo insatisfecho” eterno.
En resumen, el autor Michel Foucault, en su tratado de la locura, menciona:
“La libertad, lejos de poner al hombre en posesión de sí mismo, lo aparta aun más de su esencia”; esa libertad no le alcanza para satisfacerse a sí mismo, lo lleva a la tristeza y depresión, algunos casos culminan con el suicidio.