Decir la frase ¡A HUEVO! debe tener un significado muy distinto, dependiendo del entorno y entonación con la que se grite.
Pero comúnmente es algo de sabiduría popular que gritar a huevo o, con huevos, da a entender que las cosas se hagan con fuerza y vigor o determinación; no hace falta mencionar que se hace referencia a los testículos.
Pero ¿qué es lo que les da a los testículos ese poder? Pues ni más ni menos que la testosterona producida por ellos mismos.
El Rey de Inglaterra Enrique VII presumía de ser el poseedor de los testículos más grandes del mundo, llegó a decapitar a su esposa Ana Bolena, porque, según él, con embrujos, Ana hechizó sus testículos y ya no pudo continuar con sus relaciones sexuales.
Más allá de estas leyendas misóginas, hay que resaltar la relación entre testículos y pene. Sin lugar a dudas, el pene y los testículos son algo más que lindos vecinos.
De hecho, gran parte de la “grandeza del pene” se debe a la función testicular adecuada; sin testosterona no hay vigor, ni deseo sexual suficiente en el hombre, que lo invite a tener relaciones sexuales; el líquido vital o espermático puede reducirse a cantidades muy pobres en la eyaculación sin testosterona; y la sensación orgásmica ya no ser tan placentera.
Da la impresión de que el pene es muy útil para la plenitud sexual de pareja; pero los testículos y la testosterona influyen en ambos sentidos en la relación de pareja, y también en el bienestar individual del hombre.
Mucho se ha escrito sobre el poder afrodisiaco del consumo de testículos y sus derivados de orangután o de toro; de todos estos mitos nada es cierto; solo existe la certeza de que sin testículos y sin testosterona el hombre se puede ver mermado en su fuerza, vigor y determinación cotidianos.
