En los complicados tiempos que para México se han configurado con la llegada de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos, malamente hay quien cree que simplemente construyendo un ambiente de aclamación hacia la Presidenta se logrará impresionar a la contraparte norteamericana que está más dispuesta que nunca a replantear la relación bilateral para llevarse los mayores dividendos a como dé lugar.
Así los correligionarios de la 4T insisten casi al unísono que se debe externar apoyo irrestricto a la mandataria para enfrentar los desafíos de esta nueva relación bilateral y en eso es ineludible pensar que están planteando un falso dilema donde solo hay un camino y una sola forma de hacer las cosas, la cual ya han previsto y quien no la suscriba se le considere traidor, cual si les interesara más, en medio de toda esta crítica situación, la rentabilidad política que la construcción de soluciones a la medida. Mientras tanto el nuevo presidente sigue avanzando sin miramientos ante un vecino aparentemente titubeante.
Valdría reflexionar, ya que andamos en tiempos pseudopatriotas, definidores acuciosos repartidores de culpas, que también debería considerarse traición a la patria el manejar los asuntos estratégicos vitales con indolencia, con ignorancia o con soberbia, antes de reprochar a los que deciden emplear algo de razonamiento y sentido crítico, no solo sumarse a los aplaudidores irreflexivos. Ojalá no se percaten muy tarde.
Y hablando de obstinaciones en otro frente, es ya indescifrable lo que han hecho con la tan soñada renovación de Poder Judicial en la que siempre se percibió la intención de hacer realidad a toda costa la visión de su ideólogo, con planteamientos desmesurados e interpretaciones caprichosas de las leyes, desde el Ejecutivo y el Legislativo. Así establecieron un proceso a contrarreloj, sin mayor análisis ni cálculo de sus implicaciones.
Cuando todavía algunas personas conservaban cierta esperanza que el método de elección de juzgadores a través de las urnas algo posiblemente óptimo resultara, seleccionando entre las opciones que los poderes hubieran considerado elegibles; se ha intentado de establecer lo que pueden y no pueden analizar los ministros y jueces aún en funciones.
Así se suspendió el proceso de selección de candidatos en el comité de evaluación del Poder Judicial por una suspensión concedida por un juez, y empeora la situación cuando el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, considerando el poco tiempo disponible, decide pasar por encima de la Suprema Corte, interpretar una reforma que expresamente prohibía interpretaciones y suplantar al comité de evaluación de candidatos del Poder Judicial para asignarle funciones emergentes al Senado de la República, que ahora pretende definir candidaturas por sorteo, ignorando también lo que dicta la reforma que aprobaron.
Mientras la mandataria mexicana señala que desde el Poder Judicial se intenta descarrilar la elección (lo cual es probable por las razones que quieran), los integrantes del comité de evaluación deciden renunciar al estimar inviable cumplir con su encargo, complicando más la situación y dejando que se consume en el Senado la elección de candidatos de la fortuna, para que se abra otro debate y deslindarse de un momento histórico inefable, que apuestan sea el prólogo de un fracaso, el cual sin embargo le costará el país mucho tiempo, dinero y esfuerzo enderezar.
¿Eran ineludibles de verdad estos costos de la transformación? Ya va quedando claro que, entre los atributos de un gran líder, vale oro saber cuándo acelerar y cuándo procesar con calma, además reconocer cuando aplica generar consenso o morirse con la suya.