El fin de semana tuve oportunidad de asistir a un gran evento en el que escuché a uno de los expositores definir y hablar sobre los tiempos de transición, lo que inevitablemente me hizo reflexionar sobre los procesos humanos con todo y sus altibajos.
Los tiempos de transición que son precisamente el punto de cambio entre un estar y otro, cuando una persona decide entrar en un proceso de liberación, de crecimiento personal, de duelo, de transformación o terapéutico, suelen ser inciertos e incomprensibles por su naturaleza, lo que lleva a muchos a abandonar justo en esos momentos en los que todo se ve nublado.
Algunos incluso les llaman desiertos, la noche oscura del alma, tocar fondo o tener crisis curativas, que suelen ser episodios dolorosos, amargos o simplemente tan inciertos que causan impaciencia, desesperación y abandono.
Cuando en mis pláticas o sesiones educativas explico sobre las etapas que se dan en el intento de cambiar de hábitos, comento sobre los tiempos que ello conlleva y los puntos críticos en que suelen abandonarse, con algunas recomendaciones para seguir con el objetivo y no claudicar.
Lo importante es no quedarse en esos tiempos de transición y confiar en que, por incierto u oscuro que parezca el panorama, como dice el cliché, “siempre hay una luz al final del túnel”.
Ayer justo me recordaban aquella frase también muy recurrida de que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional. Lo que es lo mismo, hay que atravesar esos umbrales sin instalarse en ellos, sabiendo que todo pasa, no pasa nada y “eso” también pasará.
Los alcohólicos anónimos aparentemente se inspiraron en esas ideas cuando escribieron el tercer paso de su programa de los 12, el cual habla sobre “la fe que obra”, la confianza y el fluir con los procesos de crecimiento.
“La fe sin obras es letra muerta”, escribieron los AA, seguramente evocando los preceptos bíblicos, traducido en el mexicano español de los refranes como “a Dios rogando y con el mazo dando”.
“Suelta y confía” solemos decirle a quienes están en medio de los tiempos de transición, lo que suena sencillo, aunque es mucho más complejo y profundo de lo que parece. Después de todo, se convierten en verdaderos actos de fe.
Una consultante muy cercana que llegó a mi antiguo consultorio y observó las pequeñas mariposas pintadas tenuemente en la pared, usó esas figuras como ejemplo para indicarme que entendía con toda claridad de lo que hablábamos.
“Son mis animales preferidos porque es impresionante saber que, de ser unas feas orugas, entran en sus crisálidas, viven su metamorfosis y se convierten en hermosas mariposas, como lo voy a hacer yo para superar lo que me está pasando”, me dijo ella muy convencida.
Efectivamente, esa metáfora describe muy bien los tiempos de transición. Si la mariposa se queda en la crisálida, morirá y no se convertirá en lo que está llamada a ser, además de que no puede regresar a ser oruga.
En los procesos de crecimiento personal, de avivamiento, de despertar de la consciencia o de liberación espiritual, como quiera llamársele, hay que entrar en la “crisálida” que a cada uno nos toca, avanzar y esperar a desplegar nuestras “alas coloridas”.
Para quienes creemos en El, el mejor ejemplo es el tiempo de los 40 días en que Jesús, mediante ayuno y oración en el desierto, se preparó para el llamado que tenía que cumplir.
Así que no hay que quedarnos instalados en los tiempos de transición, tener fe, hacer lo que nos corresponde, soltar y confiar en los resultados.