Cultura

Las promesas sí se cumplen

Hace 25 años un 14 de febrero de 1998 cuando me pusieron un límite por mi alcoholismo y comenzó mi proceso de reconocer mi enfermedad, pese a mi negación, tanto mi terapeuta, como mis guías espirituales, como mis compañeros de grupo, fueron muy honestos conmigo y me hablaron con claridad.

En Alcohólicos Anónimos lo menos que me dijeron fue: “no te prometemos el cielo pero si te prometemos sacarte del infierno en el que vives”.

Después alguien puso en mis manos un texto que viene en algunas páginas del libro azul de AA y que algunos llaman las 12 promesas.

Hoy, como dicen algunos, no cambio el peor de mis días de estos 25 años por el mejor del infierno en que vivía, por lo que comparto con mis lectores mi gratitud eterna a Dios por este renacimiento y rediseño de mi vida.

Hoy, a manera de testimonio puedo escribir que sí, las promesas se cumplen y en esta colaboración comentaremos de cada una de ellas, si me lo permiten.

La primera promesa dice que “nos sorprenderemos de los resultados antes de llegar a la mitad del camino” y, en efecto, la mayoría de nosotros antes de un año de abstinencia consideramos un milagro haber dejado la bebida, siendo que estábamos encadenados a ella.

“Vamos a conocer una libertad y una felicidad nuevas”, dice la segunda promesa y en mi caso, además de estar recuperando todo lo que había perdido, 10 meses después de iniciar mi rehabilitación nació mi segundo hijo y todo el dolor y sufrimiento se tornaba en alegría.

Aprender a resignificar mi historia, a reconocer mis errores con responsabilidad y sin auto flagelo es lo que me sucedió al cumplirse la tercera promesa que dice que “no nos lamentaremos por el pasado ni desearemos cerrar la puerta que nos lleva a él”.

Con el tiempo, quizás como al tercer año sin beber, llegó un bálsamo en forma de la cuarta promesa: “comprenderemos el significado de la palabra serenidad y conoceremos la paz”.

Aunque nunca me gustó jugar el rol de padrino en los grupos, un talento que Dios me dio fue el de la facilidad de palabra que, con el paso de los años, sirvió para ayudar a otros con el mismo sufrimiento que algún día yo también tuve y que se acopla muy bien a la quinta promesa: “sin importar lo bajo que hayamos llegado, percibiremos cómo nuestra experiencia puede beneficiar a otros”.

Gracias a Dios un par de años después de comenzada la recuperación, mi vida productiva se estabilizó y con ello llegó la sexta promesa que dice que “desaparecerá ese sentimiento de inutilidad y lástima de nosotros mismos”.

Una de las cosas que he aprendido en este cuarto de siglo es a ser honesto, por lo que sería falso decir que todo ha sido miel sobre hojuelas y que las promesas se fueron cumpliendo una a una sin demora. La realidad es que no ha sido así.

La séptima promesa ha sido quizás una de las que más tardó en llegar, puesto que el egocentrismo y la soberbia han sido actitudes difíciles de superar. Tarde o temprano, quizás a pesar mío, conocí la humildad y comencé a “perder el interés en cosas egoístas y a interesarme más en las cosas del prójimo” ya sea en la familia, en la comunidad o en el grupo de ayuda mutua.

Pasó de igual manera con la octava promesa, no porque me considere materialista, ya que al contrario, casi siempre en mi vida he procurado vivir con sencillez, sino que una de mis máximas inseguridades que he tenido que trabajar y poner en manos de Dios ha sido la provisión suficiente. Mis miedos quizás retrasaron la llegada de ese momento donde “se desvaneció la ambición personal”, lo cual no quiere decir que sea alguien sin metas y sin objetivos, simplemente hoy he tomado el lugar que me corresponde en esa enorme cadena llamada humanidad.

Algo que sí me ocurrió casi desde que comenzaron a notarse los cambios que deja la recuperación, es lo que dice la novena promesa de que “nuestra actitud y nuestro punto de vista sobre la vida cambiarán”. Hubo quien me dijo que si me “había convertido” a alguna religión, cuando la verdad es que simplemente conocí a Dios de verdad y comencé a darle gracias de todo e hice mía la sugerencia de no entrar en controversia con nadie, ni por nada. ¡Viva la paz! ¡La guerra terminó!

Quienes no me conocen y saben solo de mis facetas de comunicador o publirrelacionista y ahora de especialista en adicciones, pensarían que siempre fui un tipo extrovertido y seguro, con el amor propio hasta los cielos. Alguna vez mi hermano mayor se sorprendió cuando le dije que yo había sido una persona de autoestima baja, lo cual es una realidad, además de ser introvertido y de difícil comunicación emocional. Gracias a Dios la décima promesa llegó casi a los 10 años de no beber y “se nos quitó el miedo a la gente y a la inseguridad económica”.

Como parte de mi crecimiento personal, además de mis terapias, talleres y los grupos en los que milité, desde hace aproximadamente 15 años me he interesado como eje central de mis lecturas y aprendizajes en los temas del despertar de la consciencia, el desarrollo humano y el camino espiritual, muy al margen de religiones y legalismos.

Esto por supuesto ayudó a que asuntos que en algunos momentos de mi vida se convertían en verdaderas preocupaciones y angustias, comenzaran a fluir y, como dice la décimo primera promesa “intuitivamente aprendimos a manejar (y a soltar) situaciones que antes nos desesperaban” y la décimo segunda que puntualiza que “de pronto comprenderemos que Dios está haciendo por nosotros lo que por nosotros mismos no podíamos hacer”.

Con mucha gratitud y amor absoluto puedo decir honor y gloria a Dios, gracias por estos 25 años de sobriedad y en especial con mis lectores de Milenio, gracias a los que nos han seguido desde 2014 que comenzamos a escribir en esta casa editora que es pionera en abordar este tipo de temas que para algunos siguen siendo mitos y tabúes como las adicciones y otras enfermedades mentales. Seguir hablando de frente de estos asuntos sin duda contribuyen a construir una mejor sociedad.

Te invitamos a que nos acompañes mañana a las 14 horas en nuestras redes sociales @laalegriadevivirenplenitud desde donde daremos testimonio de gratitud por este cuarto de siglo que ha transformado nuestras vidas.

Omar Cervantes Rodríguez

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