En plena liguilla final del fútbol mexicano me llega una reflexión que me acompaña desde mi época estudiantil, hace varias décadas, así como en mis inicios como periodista que me lleva a invitar a los aficionados de todos los equipos a demostrar con hechos el juego limpio.
El primer artículo publicado en mi vida, en 1986, ensayo de una materia de la licenciatura en ciencias de la comunicación, reproducido por la revista de educación física del Tec de Monterrey, cuestionaba las diferencias tan radicales entre el deporte de los clásicos que profesaba la mente sana en cuerpo sano, contra el consumismo sedentario que abunda en las tribunas de las ligas profesionales.
La comercialización y negocio de entretenimiento del deporte como el fútbol, decía mi escrito, origina por contraparte a un público espectador que se la pasa comiendo y bebiendo en exceso en las tribunas o en la comodidad frente al televisor.
Un par de años después, a finales de los 80’s, en mis inicios como periodista, me tocó hacer una investigación sobre la cantidad de litros de cerveza que se consumían entonces en los estadios regiomontanos, así como las regulaciones gubernamentales, pues desde entonces era evidente la paradoja entre el incentivo a la bebida alcohólica en una actividad espectáculo basada en el deporte.
En la actualidad, además del alcohol, circulan otras sustancias psicotrópicas, particularmente la marihuana, alrededor de los espectadores del deporte profesional.
Si a eso sumamos la aparición de las barras de aficionados en las gradas, desafortunadamente la combinación ha hecho que aparezca la violencia en los estadios y en establecimientos donde se transmiten los juegos, con todas sus naturales consecuencias negativas.
Por eso, al igual que a los futbolistas en la cancha, el juego limpio debería ser una exigencia para los aficionados.
Que las pasiones combinadas con el alcohol y las drogas no nos hagan olvidar que es solo un juego y que, si bien en algunas comunidades es casi una religión, no deja de ser tan solo un espectáculo.