En las pláticas que damos sobre adicciones, solemos explicar lo que sucede en el cerebro de un adicto, con una frase que despierta muchas interpretaciones y discusiones: “lo que un día fue placer, se convirtió en sufrimiento”.
En las exploraciones iniciales que hacemos para indagar los motivos para usar alcohol o drogas, apostar, utilizar videojuegos, comer compulsivamente y algunas otras conductas adictivas, los consultantes utilizan muchos argumentos que de una u otra forma conducen a la búsqueda del placer.
Obtención de seguridad para quienes son personas inseguras, capacidad de socializar en las y los que usualmente tienen dificultad para relacionarse, un mecanismo para evadir estados anímicos bajos, ansiedad o estrés, formas ficticias para elevar la autoestima, así como muchos motivos de celebración, son de las causas principales que nos refieren al preguntarles sobre su consumo, lo que finalmente terminan concediendo, es una forma de encontrar placer en sus vidas, aunque sea de manera momentánea.
Quizás es por ello por lo que, cuando les comentamos a los pacientes lo que sucede en el cerebro, a través de las explicaciones de la neurociencia, enfatizando que, es la dopamina, el neurotransmisor del placer, una de las responsables en el desarrollo del abuso y posteriormente de la dependencia, logran comprender de manera incipiente, cómo se va formando la enfermedad que ha terminado trastornándolos.
Usualmente, en nuestras primeras sesiones nos gusta recomendar una cápsula muy ilustrativa que está en internet con el título “El cerebro adicto, un video divulgativo de la Universidad de Navarra”, en el que se explica con toda claridad lo que sucede neurobiológicamente con el uso de sustancias o conductas adictivas.
En resumen, el cerebro produce una mayor cantidad de dopamina, entre otras sustancias, lo cual causa una permanente sensación de placer que le motiva a seguir consumiendo, incluso cuando ya está intoxicada, situación que, combinada con el registro en el sistema de memoria y recompensa, va generando la necesidad de continuar haciéndolo hasta que logra modificar la plasticidad del funcionamiento cerebral, sin que la persona se dé cuenta.
Llega el momento en que el consumo de las personas que van generando dependencia se debe más al efecto que ello les provoca, que al sabor o a la sensación inicial de la conducta y, en muchas ocasiones, cuando pasa el placer, sobre todo si hubo intoxicación con consecuencias, aparecen las culpas y los remordimientos, con lo que podría estarse iniciando el círculo patológico que produce la adicción.
Cuando sucede lo que coloquialmente se le conoce como “enganche”, aunque la razón y la voluntad por momentos quisieran detener el consumo, la persona ha perdido el control y si ya se ha desarrollado la enfermedad, cada vez que haya ingesta, los resultados terminarán siendo los mismos, muchas veces con consecuencias mayores.
Ese es uno de los motivos por los que a la enfermedad se le conoce como de pérdidas constantes y comienza a tornarse en una forma dolorosa de vivir, momento en el que se acuña la frase de que “lo que un día fue placer termina convirtiéndose en sufrimiento”, un camino al que seguramente ningún adicto hubiera querido llegar, cuando algún día todo fue maravilloso.
Y es justo la memoria de que un día todo fue bueno lo que le hace pensar al adicto que en algún momento volverá a consumir sin consecuencias y retornará al anhelado placer, sin darse cuenta de que, como dicen los alcohólicos anónimos, defender esa fantasía los llevará a las gradas de la locura y la muerte.
Siempre peor, nunca mejor, es el camino de un enfermo que, sin saberlo, debido a su enfermedad cerebral,está condenado a seguir dependiendo de su sustancia o conducta adictiva, por lo que la abstinencia absoluta es imprescindible para cualquier forma de tratamiento que lo lleve a su recuperación.
La buena noticia es que el camino del placer que lo llevó a sufrir es reversible, si el enfermo pide ayuda y se pone en manos expertas para recuperarse y regresar a la luz de la alegría de vivir.