Este fin de semana que iniciaron los festejos por el día de las madres, una de las fiestas culturales y comerciales de mayor arraigo en nuestro país, nos fue muy emotivo escuchar y leer diversos pensamientos a propósito de la maternidad que, además de recordar a la propia mamá, nos hizo pensar en lo que vibran por sus hijos e hijas quienes dan vida y los llevan en el vientre durante el embarazo y en su sentir durante toda su vida, haciendo de esa condición, una de las más importantes en su existir.
Vibran por el amor de madre que es abnegación, orgullo, enseñanza, guía, crianza, apoyo, soporte, acompañamiento y presencia incondicional durante todos los momentos de la vida de sus hijos.
Y vibran también por la preocupación, por el dolor de madre, la angustia y la frustración, cuando la vida no es como se imaginan y pone en condiciones adversas a su descendencia.
Es tan sólida la unión emocional y energética entre madres e hijos, que estas, en algunas ocasiones se viven por y para ellos por sobre todas las cosas, llegando al extremo de que la felicidad de estos determina la de ellas, como también en su calidad de dadoras de vida suelen responsabilizarse o culparse de lo que a su descendencia le sucede.
“Si mis hijos son felices yo seré feliz”, es la máxima de una madre (y de algunos padres incluso), que puede llegar a una forma excesiva para expresar que, “mientras ellos no estén completamente bien yo no podré estar bien, nunca”.
Más allá de romantizar e idealizar la maternidad, sostenida en el concepto de “incondicional” en el que las madres deben sentir por los hijos y amarles hasta que duela, la realidad es que la mejor forma en que un hijo o hija pueden tener estabilidad y crecimiento es sabiendo que, quien les dio vida, goza de cabal salud, paz y bienestar.
Esa es una de las paradojas de las relaciones madre-hijo en las que, mientras para la primera sus herederos siempre serán lo más importante, muchas veces por encima de sí mismas, para ellos no hay mayor alegría que ver a sus mamás bien en todo aspecto y deciden hacerse responsables de sus vidas, deslindándolas a ellas de cualquier responsabilidad o culpa por lo que les toca vivir.
Si bien es cierto las madres son la principal influencia en los hijos gran parte de sus vidas, como relación primaria de cualquier individuo más allá de los términos freudianos, también es una realidad que, es ley de existencia que, los seres humanos tarde o temprano tomamos nuestras riendas y dejamos de ser víctimas de lo que los demás hayan hecho o dejado de hacer, incluyendo principalmente a las mujeres que nos dieron vida.
En los mensajes que escuchamos y hemos leído este fin de semana y que inspiran estas líneas, recordé la última charla presencial que tuve con mi madre, unos seis meses antes de fallecer, en la que me expresaba parte de los resentimientos y dolores acumulados a través de su historia, de los que había podido reflexionar en los casi siete años finales en los que vivió las consecuencias de una embolia.
“No sé en qué fallé contigo”, me expresó mi madre en aquella última reunión que pasé con ella y que despertó un gran asombro en mi persona de que, a casi 20 años de haber transformado mi vida, a mis 49 años de edad, mi mamá seguía sintiéndose culpable de lo que yo había vivido en mi adolescencia y juventud, por lo que gracias a Dios tuve esa oportunidad para decirle que la deslindaba de cualquier culpa o responsabilidad, que ella había sido la mejor que pudiera haber tenido y que yo asumía todas las decisiones y consecuencias de mi historia.
Así como mi historia y despedida de quien me dio la vida, me amó incondicionalmente y me brindó lo mejor de sí a su capacidad, en trabajos terapéuticos abundan casos en los que hay que sanar culpas, reales o imaginarias, así como poner orden emocional, energético y sistémico en las relaciones entre madres e hijos.
En muchas ocasiones hemos hablado de los sistemas de adicción y codependencia y el dolor de las madres, pero en esta ocasión deseamos validar esa frustración, tristeza y preocupación que viven ellas, con independencia de si lo entienden o lo trabajan terapéuticamente y sin distingo de lo que haya causado ese sentimiento.
Para terminar, compartimos que ayer escuchamos una prédica de Dante Gebel en la que decía que con frases motivacionales no se sana a nadie sin que se llegue a profundizar su sentir, por lo que el primer paso para superar un dolor es el de aceptarlo, vivirlo y expresarlo, sin pretender evadirlo o esconderlo.
Además de expresar admiración por todas las madres del mundo y de comprender cómo pueden llegar a sentirse, en los éxitos o fracasos de sus hijos, hoy hacemos votos para que todas, como yo lo hice con la mía, puedan recibir el regalo de ser deslindadas de todo lo bueno y sobre todo, lo malo que vivan sus herederos y herederas.
Que logren encontrar paz permanente, que tengan entendimiento pleno y que vivan en la aceptación sobre la vida de sus hijos e hijas, son nuestros mejores deseos para cada una de las maravillosas mujeres que han sido bendecidas con la fertilidad y el don de dar vida.
Por: Omar Cervantes Rodríguez