Sigo a Salvador Camarena en El Financiero por parecerme la suya una voz lúcida y valiente en evidenciar los errores del gobierno federal, de entrada de cara a la crisis del covid-19. Tan solo en abril ha denunciado “la falta de equipamiento, óptimos procesos de reacción, descoordinación, abandono de personal y finalmente, contagios y muerte de personal médico” (3/04), “la confirmación de que AMLO cree que no necesita ayuda profesional para manejar las finanzas de un país complejo y emproblemado como es el nuestro, y peor: en medio de una crisis mundial” (6/04), el hecho de que el Presidente haya dejado “sueltos, y a su suerte, a diversos sectores sociales, productivos y hasta regionales” (7/04), la constatación de que tiene “un solo objetivo estratégico[:] perpetuarse en el poder como movimiento” (22/04) y la de que “le encanta atacar a la prensa… [p]ero no le encanta dar explicaciones sobre los contratos que está dando su gobierno” (23/04).
Coinicido con esas afirmaciones pero no con otra suya: que los “abajofirmantes” estamos “errados”, pues la respuesta presidencial a nuestras demandas pasa por “[e]l silencio, la sorna o la descalificación, pero nunca la apertura al diálogo”, por lo que “[o] creamos las salidas por nosotros mismos, o redactamos otro desplegado”.
No soy legislador, ni parte de un organismo internacional o cámara empresarial. Mi herramienta es la pluma, como es la de Camarena. Escribo textos. Aquí llevan solo mi firma y, en otros espacios, la unen a otras.
Esa suma de ideas e identidades, dispersas o articuladas, construye una voz más sonora, que el Presidente elige desantender pero incide sobre otros actores. No son mérito nuestro las acciones recientes del Banco de México, BID Invest o los legisladores de oposición, pero sí hemos contribuido a atraer su atención hacia errores y abusos del gobierno y a moverlos a la acción.
Creo, pues, que escribir y firmar, solos o en grupo, tiene utilidad. Que evidenciamos problemas, y tenemos tareas urgentes y una toral: convencer de que México no puede ser el país de un solo hombre, sea éste o cualquier otro.
Te leo, querido Salvador.