Las madres somos expertas en avanzar cargando el miedo, mientras acunamos a nuestros bebés en brazos, mientras aún nos duele el cuerpo, mientras aún nos late sangre en las venas y el alma tiene peso justo, avanzamos.
¿Por qué? Mil veces me lo pregunté. Porqué no parar, porqué no detenerse, porqué no esperar a medio camino a que el bebé crezca un poco, luego otro más y pueda caminar a la par.
¿Por qué insistimos en avanzar con tanto peso, en vez de tomarnos un tiempo para adaptarnos a nuestro nuevo ser mamá?
Hoy es mi cumpleaños veintinueve. Apenas uno por debajo de los treinta. Apenas me di cuenta que ya no debo sentir vergüenza de ser tan joven y haber logrado "tan poco".
Y llevo años avanzando a trompicones, sin apoyo, sin descanso.
A veces me pregunto, ¿de esto se trata vivir? ¿No parar jamás? De cómo avanzar se convierte en obligación y como decido en consecuencia que parte de mi herencia materna será brindar a mis hijos un lugar para descansar. Para tomar aire.
Para decidir parar. Para decidir que ha sido suficiente avance y que merecen sentarse en medio del páramo, de la selva, del desierto, del campo de batalla antes de continuar.
Pará, hijo, pará.
Y ahora, viéndome a mí misma puedo reconocer el mérito de avanzar. De no parar.
No fue a propósito, no tenía otra opción, y lo logré. Porque no tenía ningún lugar para descansar y mi cuerpo me consiguió uno y entonces tuve que convivir con la ansiedad y la depresión.
Porque avancé muy rota, pero cargando a mis tres hijos en los brazos y el vientre, y con el peso de su estrella en el corazón y seguí adelante hasta poder sentarme en medio del desierto a beber y parir y lactar y finalmente descansar en una relación a conveniencia que hasta el día de hoy no entiendo pero me ayuda a sostener las cosas importantes.
Que avancé mientras muchas de mis amigas me arrojaban a la arena sola y gestante, desechable; y mi madre no quería ser abuela y mucho menos madre, y mi negocio necesitaba alguien que lo sostuviera y entonces otras mujeres que no conocía del todo me ofrecieron un oasis y me dieron a beber ternura, fuerzas y esperanza.
He sido nómada, la que siempre avanza. La madre que carga a sus tres criaturas precariamente del pecho, la espalda, la cadera y se toma a sí misma de la mano.
He sido y seré la mujer rampante, desde los árboles, desde las frutas, desde el avance, anhelante, inevitable y definitivo, como todo mi linaje.
Yo siempre avanzo.