El vacío se estableció en la boca de mi estómago”, dice Paz en Nocturno de San Ildefonso mientras recorre la que fuera su preparatoria, y así me siento yo transitando en la mente los recovecos de la que fuera la tuya.
¿Cómo no ibas a apurar el paso? ¿Cómo no ibas a preocuparte si la tarde caía y en ella se desplomaba la obscuridad en los andadores de Chapingo? La escuela aquella que apenas días atrás tenía forma de promesa y ahora, a tu hora, se llenaba de abandono. La preparatoria agraria a la que te fuiste con apenas quince años y las ganas de volver a tu natal Hidalgo se transforma en laberinto angustiante, en ruta cenagosa, en sitio indeseable.
Cuánta confusión convoca tu nombre: Nazaret lleva siglos siendo punto de partida y no destino. Especialmente en las fechas de tu búsqueda —ciertamente en la fecha de tu macabro encuentro este 23 de diciembre— la estrella guía hacia otro lado. La luz avanza alejándose de ti, dejando tu cuerpo en las penumbras, circunscribiendo tus buscadores a unos cuantos, mientras los otros se alejan festivos. Como aquel hueso que se procura un perro en los versos del poeta, los tuyos son huesos fantasma, fantasmal es la noche que te envuelve y como el autor de Vuelta nos preguntamos “C’est la mortou la morte?” Porque no sabemos bien a bien qué buscamos. Nos hemos topado con tus restos, contigo: “la morte”; pero en ellos encontramos también el cadáver de un país entero, su muerte: “la mort”. Un círculo desoladoramente perfecto si pensamos en el emblema nacional emergiendo de un islote y a ti, encontrando tu final mientras te conviertes en islote nuevo dentro de esa laguna que se encuentra en Chapingo.
Mientras la luna se hace tiras temblorosas en ese charco donde te hallaron, recita Paz sobre San Ildefonso: “Mi mujer está dormida”; responde México sobre Chapingo: “Mis mujeres están muertas”.
Politóloga, [email protected]
