La carga simbólica del gesto era tan grande, que preferí guardarlo en el cajón en el que mis tías ponían los trocitos de oropel –envoltorios multicolores de mazapanes– que planeaban retomar algún día para cubrir con ellos estuches de cartón. Así que cuando se me propuso como alternativa turística, acepté solo porque no había nada mejor que hacer: iríamos, pues, a Los Pinos.
Llegué con la superioridad que me daba mi, ahora sé, falsa certeza de ya haber estado allí. En realidad no estuve sino en un recinto periférico construido para recibir invitados sin adentrarlos en las instalaciones.
Conforme avanzábamos, los recuerdos comenzaron a llegar. Vi al López-Dóriga de mi juventud y al Zabludovsky de mi infancia narrar la salida del presidente de la República hacia el Congreso para rendir su informe. Resonaron en mi mente las frases que buscaban subrayar las tomas exclusivas a las que teníamos acceso, la casi impertinente intromisión a la privacidad presidencial.
Agotamos de forma fluida la corta fila. El trámite de seguridad parecía enfocado en evitar la basura, no los atentados. Entonces la Ciudad Prohibida (que solo ahora puedo percibir que lo era) emergió ante nuestros ojos. Las instalaciones son poco elocuentes; pero las reacciones de quienes las visitan son por demás ilustrativas. Escuché cómo un padre daba a sus hijos un recorrido basado en su apreciación de los ex presidentes: “A éste sí lo queremos…”, “A éste no lo queremos…”, como quien deshoja una margarita llamada Historia. Las expresiones que suscitan los decorados ostentosos son de indignación y, por supuesto, todo mundo quiere emular la foto en las escalinatas en las que La Gaviota y sus niñas posaron para una revista de sociales.
El personal encargado de cuidar el espacio hace las veces de guía. A la pregunta de ¿dónde estaban los baños? La respuesta fue: “Toma usted la Calzada de los Presidentes y los sanitarios están a la altura de Vicente Fox”. Efectivamente, allí está él –o por lo menos su efigie– haciendo con su mano la “V” de la victoria que ahora anuncia a los urgidos que su marcha para aliviar sus necesidades ha terminado.
Politóloga* [email protected]