Nuestra democracia pareciera ser una larga marcha. Pero no todo es lo que parece. Como si cada aspecto de la vida nos llamara a repetir la epopeya de los ancestros mexicas en éxodo hasta encontrar la señal que nos indique que llegó el momento de asentarse, nuestra democracia, que aunque joven, cumple ya más de un par de décadas; nos ha llevado hacia toda clase de alternativas. Se prendó muy pronto de la oposición tradicional encarnada por el panismo. Dos sexenios bastaron para pedir el regreso del PRI, que tanto tiempo y esfuerzo costó expulsar de la Presidencia. Solo para darnos cuenta de que desde el principio tuvimos razón y que el autoritarismo era connatural al partidazo, independientemente de que el país hubiera cambiado.
La izquierda fue creciendo también conforme se fortaleció la posibilidad de contar con múltiples opciones en el escenario político. Protagonista de muchas batallas en favor de la apertura y la movilización social, terminó por convertirse en opción viable tras años de ser señalada como una vía peligrosa. Fue así que hace seis años vimos llegar al primer presidente de izquierda al poder.
Los cambios continúan. En esta ocasión el golpe de timón no pareciera que vaya a darse ni en el ámbito partidista ni ideológico. Pero el viraje no será menor al inclinarnos, por primera vez para el Ejecutivo federal, por un liderazgo femenino. No entraré en la discusión de si es o no feminista, eso será materia de otra colaboración.
Así de la derecha, a la vuelta al stablishment, a la izquierda y hacia una mujer, nuestra democracia está en marcha permanente, pero no llega a ningún lado. Como todo aquel que camina mientras tiene un pie atado, se la pasa dando vueltas en círculo.
La atadura tiene un nombre y se llama clientelismo electoral. Mientras haya quien lucre con la pobreza obligando a quienes no tienen nada a disponer de su sufragio como moneda de cambio para aliviar la inmediatez, nuestra inquieta democracia seguirá buscando inútilmente nuevos derroteros, pero destinos alternativos seguirán siendo una fantasía, porque no hay movimiento para quien vive con pie amarrado.