Prácticamente ha pasado medio siglo desde que se emprendió la larga lucha por acabar con la hegemonía de un solo partido y trabajar por una democratización auténtica del país. Para un personaje como lo fue Jesús Reyes Heroles, en el año 1977, no fue fácil iniciar la serie de reformas que se fueron sucediendo una a una, batalla tras batalla, a fin de que en México prevaleciera una institución independiente que terminaría con el eterno fraude que se originaba en las mismas urnas en cada elección y que permitió una acumulación de poder absolutista en la que, por ejemplo, la Cámara de Diputado conformada entonces por un diputado por distrito, trescientos en total, llegó a tener una sola curul de oposición. De ahí nació el sentido de que surgiera el pluralismo, en el que, en una proporción, se otorgara opción a los partidos y corrientes políticas diversas, tener lugar en las decisiones nacionales. Hoy este esfuerzo inacabado se pone a prueba, esta situación corre el mayor riesgo de perderse ante el hambre desmedida por constituir, de nueva cuenta, el régimen unipartidista y el poder presidencial potencialmente dictatorial.
Preocupa el camino que la presidenta Claudia Sheinbaum está siguiendo. Ya que parece el mismo modelo que ya intentó su antecesor para realizar, a su modo, una reforma a las leyes electorales para conseguir sus propósitos autoritarios, y que encargó precisamente a Pablo Gómez la integración del proyecto respectivo, hoy, con la seguridad que da el control de la Legislatura, de nueva cuenta vuelve Gómez con mayor fuerza a encabezar una “comisión” que se encargará de poner frente al paredón lo que de democracia queda en el país. A Pablo le asisten ciertas experiencias personales para ello y no hay que dudar que simplemente le bastará hacer coincidir en aquel proyecto lopezobradorista que ya había fracasado al no tener antes la mayoría absoluta para lograrlo, con lo que ahora pretende la presidenta. Por si no se ha notado, el punto de inflexión está en que dicha “comisión” está integrada sólo por funcionarios directamente dependientes de ella, como la consejera jurídica, la secretaria de Gobernación, el jefe de asesores, etc., en su mayoría gente que trae muy clara la divisa del expresidente.
Así que con esta “comisión”, que en realidad no es sino una suma de incondicionales, se pretende “transformar” al país ahora cambiando las reglas electorales que tanto trabajo ha costado ir incorporando a la Constitución mexicana. La presidenta presume, y lo ha hecho incluso molesta por las interrogantes que se le hacen al respecto y que son muchas, que habrá “consultas públicas” y busca con ello en cierta forma legitimar lo que de hecho ya es un proyecto al que sólo le falta la “sanción” de diputados, senadores y las legislaturas que están a su favor. De manera que la dichosa consulta puede caer en ser una simulación como las que se dieron en el sexenio pasado, a la que alegremente se sumarán políticos, empresarios, intelectuales, etcétera, que en gran parte se dedicarán a la lisonja, a aplaudir la voluntad democrática presidencial, etcétera, mientras los detractores que surjan serán debidamente acallados o aplastados en su oportunidad. Será, pues, otro ensayo de poder de la autodenominada 4T.
No se necesita ser un experto para entender lo que se pretende al minimizar o extinguir si se puede el Instituto Nacional Electoral, así como los organismos similares en los estados. Bajo el argumento que los procesos son bastante caros, cosa en la que todos coincidimos, también habrá reducciones sustanciales en las prerrogativas a partidos y al mismo INE, si es que éste subsiste. Y otro “ahorro” pretendido por la presidenta es nada menos que eliminar las diputaciones plurinominales o de partidos, lo que de pasada podría también disparar en el pie de sus aliados, ya que muchos llegaron a diputados y senadores aun siendo minoritarios. Y es que Sheinbaum se siente cada vez más segura de que la mayoría de los mexicanos seguirán de su lado.
Apenas barrunta esta reforma, que puede acabar con los sueños de décadas para contar con plena autonomía electoral. Lo que extraña es que Pablo Gómez, aquel líder del movimiento de 68, sea quien ahora encabece el empeño porque México dé pasos hacia el derrumbamiento de la democracia. ¿O esa era su intención desde el principio?