
En perspectiva una buena noticia: el hambre en el mundo empieza a disminuir. El informe sobre el Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el mundo 2025 (SOFI 2025) reportó una caída de la proporción de personas con hambre de 8.5 por ciento en 2023 a 8.2 por ciento en 2024. América Latina y el Caribe han sido clave en este progreso.
En 2024, la subalimentación en la región afectó a 5.1 por ciento de la población, por debajo de 6.1 por ciento registrado en 2020-2021. La inseguridad alimentaria moderada o severa cayó significativamente de 33.7 por ciento en 2020 a 25.2 por ciento en 2024, la mayor reducción registrada a escala global.
Cinco países de la región —Chile, Costa Rica, Guyana, Uruguay y ahora Brasil— ya no figuran en el mapa del hambre, gracias a políticas coordinadas en economía, salud, educación, agricultura y protección social, una fórmula viable para enfrentar los determinantes estructurales del hambre.
Estas cifras demuestran que, incluso tras crisis como la pandemia, el aumento de la inflación y eventos climáticos extremos, es posible avanzar mediante políticas públicas sostenidas, cooperación, inversión y el fortalecimiento de la resiliencia de los sistemas agroalimentarios.
Esta señal alentadora no debe ocultar una realidad incómoda: estos avances no llegan a todos por igual. El SOFI 2025 señala que, si bien algunos países reducen el hambre, otros enfrentan desafíos como el aumento del retraso en el crecimiento infantil, el sobrepeso y la obesidad. En la región, 141 millones de adultos tienen obesidad y 4 millones de niños menores de 5 años sufren sobrepeso.
El análisis de algunos casos evidencia contrastes: Colombia redujo el hambre a 3.9 por ciento con políticas territoriales y apoyo a la agricultura familiar. Mientras, República Dominicana redujo este indicador en más de 17 puntos porcentuales en dos décadas con un enfoque de atención multisectorial.
No obstante, los avances no siempre son uniformes, Panamá y Guatemala, aunque reducen el hambre, conviven con el desafío de la malnutrición. Ecuador y El Salvador enfrentan una paradoja similar: aunque el hambre disminuye, la inseguridad alimentaria moderada y severa va en aumento.
En Venezuela, el hambre cayó a 5.9 por ciento, pero persiste la presión de la inflación alimentaria. Por su parte, México redujo sus cifras a 2.7 por ciento, aunque el sobrepeso en adultos llegó a 36 por ciento en 2022, sobre el promedio regional. Y en Argentina, si bien el hambre se mantiene en niveles bajos (3.4 por ciento) se registra un aumento de sobrepeso en niños y obesidad en adultos.
Desafortunadamente, el Caribe sigue siendo el mayor reto. El 17.5 por ciento de la población está subalimentada y el costo de una dieta saludable alcanza 5.48 dólares PPP por persona al día. Haití atraviesa una de las crisis más graves del mundo: 54.2 por ciento de su población sufre hambre. Esto no es solo una cifra alarmante, es un llamado urgente a fortalecer una mayor cooperación e inversión en el contexto más frágil de la región.
El SOFI 2025 concluye que los países que redujeron el hambre en contextos adversos en América Latina y el Caribe comparten enfoques comunes. Estos incluyen sistemas de protección social sólidos y focalizados, capaces de amortiguar crisis; y políticas integradas que fortalecen la producción local, cadenas de valor inclusivas y acceso a mercados, el apoyo a la agricultura familiar y sostenibilidad ambiental.
A ello se suman la diversificación productiva, medidas de resiliencia climática para enfrentar eventos extremos, y un comercio abierto y estable que asegure el abastecimiento y modere la volatilidad de precios; además de la coordinación entre instituciones y niveles de gobierno para alinear inversiones, y sistemas de datos y monitoreo que anticipen y respondan con rapidez a las crisis.
Estas experiencias demuestran que la combinación de voluntad política, inversión estratégica y gestión basada en evidencia puede revertir el hambre, incluso en un entorno global incierto.