
Siempre habrá luz: hasta en las más grandes tragedias.
Voces que sobreviven a la asfixia.
Acordes que sortean el escándalo.
Pequeñines que tras días y días atrapados bajo los escombros se mantienen vivos: los niños del terremoto, ¿recuerdan?
Así imagino a Amanda Lalena Escalante, Amandititita, ahora que leo Un día contaré esta historia, su segundo libro.
Punzante confesión, toda auténtica confesión habrá de serlo, nacida de esos dos estadios tan necesarios en cualquier ser humano: humildad y autoconocimiento.
Historia de abismos que Amanda se propuso narrar: otra manera de sobrevivir al señalamiento de un destino, el suyo, pero que al transmitirlo a los demás adquiere las formas de un caleidoscopio.
Hija del mítico Rockdrigo González: casi imposible no establecer la relación, Amanda es ya una cantante reconocida internacionalmente, desde hace años.
Anarcumbia o algo así, es el género que interpreta.
Sitio al que llegó tras recorrer un camino de obstáculos impuestos por diferentes situaciones de vida.
La vida de los que nacen con poco o nada.
Desde ser la descendiente del padre “dulce, paciente y amoroso” a quien “un rayo psicodélico le indicó que su camino era la música”: muerto en el terremoto del 85 a los 33 años, hasta la herencia de una enfermedad, todavía en nuestros días no considerada así por muchos.
“Vives en la casa del alcohol, la misma que te heredó tu madre. Esa casa se erige como un refugio, protegiéndote del mundo exterior. Es segura, más que lo externo, ese aroma, que oliste desde la infancia, es todo el amor que conoces. Pero esa casa, ese falso calor, esa cama se tiende para que llores, ese cielo que se abre para tu vuelo, te traiciona. Te arroja de la peor manera y caes infinitamente. Y solo esperas que la próxima caída te mate de una vez”.
Apenas muerto el poeta urbano, la madre de Amanda se trasladó con ella a la Ciudad de México. Ninguna de las dos sabía lo que la mancha urbana les tenía preparado: pobreza, adicción, amistad, hipocresía, soledad, espiritualidad, fama…
Y nuevas sacudidas de tierra que, en el caso de Amanda, significaron señas para seguir por diferentes caminos, haciendo a un lado evasiones: tanto pasajeras como falsas.
Escribe Amanda:
“La espiritualidad puede volverse un refugio para el dolor, una forma de evadir el mundo real. Sin darte cuenta, puedes convertirte en un tóxico sublime: pasar el día hablando de Dios mientras juzgas a quienes no comparten tu visión”.
“Tomé mis libros de espiritualidad y los tiré a la basura”, escribe más adelante, a la vez antesala de peregrinares de marginación y, lentamente, los primeros reconocimientos a su trabajo musical y la decisión de apoyarse en la escritura como la única tabla de salvación existente.
Así hasta la fama: “un perfume que atrae a muchos imbéciles”.
Cerca del final, la autora reconoce:
“Muchas personas se han sentido decepcionadas al verme sobria, porque para muchos el termómetro de su propio alcoholismo es que alguien beba más que ellos. La sobriedad exige una honestidad brutal con uno mismo. Vas a tener que escucharte y vas a tener que conocerte sin esa sustancia que hace callar la conciencia”.
Como aquellos niños sobrevivientes del terremoto: así se proyecta Amanda Lalena Escalante, Amandititita, en Un día contaré esta historia.
“Un día contaré esta historia, y ese día estaré bien”.
Y sus lectores con ella.
Discografía
La reina de la anarcumbia (2008).
La descarada (2009).
Mala fama (2013).
Pinche amor (2019).
Sus libros de relatos son Trece latas de atún y El propósito de la oscuridad.