
¿Qué tan acostumbrados estamos a la violencia?, ¿por qué cada vez los seres humanos somos más violentos?, ¿en qué momento decidimos normalizar la violencia?, ¿toleramos la violencia porque vivimos como anestesiados?
La violencia ha inundado los programas de televisión, películas, videojuegos; también pasa lista en primera fila en la convivencia familiar, en nuestro camino a la escuela, al lugar de trabajo, hasta en eventos deportivos como en un partido de futbol. Desde hace varias décadas, México se ha visto en una crisis social, en donde el principal problema es la inseguridad. La guerra contra el narcotráfico en nuestro país, de 2007 a 2012, ocasionó más de 120 mil muertos y desaparecidos. Cada una de esas víctimas se encontró con un destino fatal. Aparentemente, hubo una guerra contra varios cárteles que fabricaban y distribuían drogas tanto en México como en otros países del continente americano, pero en realidad hubo complicidad por parte de las autoridades y se generó más violencia.
La apatía y la corrupción juegan a favor de la deshumanización. En este caso, la poesía aborda un asunto que, por desgracia, ya es algo cotidiano en nuestro país: los secuestros, la muerte en manos del crimen organizado.
Este libro de Maricarmen Velasco, ganador del premio Bellas Artes de poesía Aguascalientes 2022, es un diario del dolor, un registro de la desolación cuando la libertad y la vida de un ser querido se ve truncada. La novelista chilena Marcela Serrano reflexiona diciendo que no existe una palabra designada para cuando perdemos a un hermano, una hermana, y tiene razón. Ese desasosiego se explora en estas páginas. La poeta sabe que al perder a un hermano se va también una parte de ella. ¿Cómo volver a ser los mismos de antes?
En 2012, tras el peor sexenio que ha vivido México, Sara Uribe puso a circular el poemario Antígona González, que trata precisamente de la desaparición forzada de un hombre, su hermano. Ambos libros son una muestra de que la violencia provoca quedarnos sin aliento, y que la escritura no exorciza el daño, pero sí auxilia a poder iniciar ese proceso de reconstrucción.
“Siempre es extraño poner los pies en los espacios de los muertos”, escribe Cristina Rivera Garza en El invencible verano de Liliana. A Rivera Garza le tocó hacer lo mismo que padres, madres, hermanos, hermanas e hijos de mujeres desaparecidas: rastrear, abrir heridas de nuevo, deambular de aquí para allá en pos de la justicia, consultar con quienes la conocieron y eran sus amigos, sentir la presencia de ella en sus objetos personales, rememorar, gritar de dolor por su ausencia… seguirla extrañando, llorar.
Maricarmen Velasco se rescata a través de la palabra y, porque sabe que cualquiera de nosotros está expuesto a vivir lo mismo, comparte cómo ha sido esa redención. Hurga en la memoria y los sueños de infancia, en la vida compartida en familia impregnada de olores, sonidos y recuerdos indisolubles. Teje escenas que se remontan a la vida rural, en donde los sentidos se agudizan para percibir todo con mayor intensidad. No hay nubes grises ni aromas tenues de la ciudad, sino colores radiantes, aromáticos, que no se mimetizan con otros y no se cansan de ser parte de la belleza de un paisaje, como la flor de la jamaica que se cultiva en la sierra sur de Oaxaca.
Es una poesía conversacional, coloquial, nítida y empática. Una voz que no se quiebra ante la atrocidad; al contrario, resurge de las cenizas, con lo que queda para recomenzar ante lo irreparable. Quizá para ser distinta de la que antes fue. Escribe: “Cada vez somos más/ las ciegas de llanto/ que abandona su hogar/ para ser las viudas nómadas / las sin hermano/ las hijas huérfanas/ de este país / donde brotan/ como semillas/ los cadáveres”.
Cada quien se hace cargo de su cicatriz y decide cuándo es el momento idóneo para externar el dolor. ¿Qué es una cicatriz? Esther Seligson la define como “un concierto de voces insepultas en el insomnio de la añoranza”.
Sergio González Rodríguez en Teoría novelada de mí mismo, menciona que cuando piensa en violencia viene a su mente El grito de Eduard Munch. Acaso porque la violencia nos hace quedarnos sin aliento y, como refiere Pascal Quignard citado por González Rodríguez, “el grito desgarrador es la llamada del abismo”.
Como sociedad, ¿estábamos preparados para vivir esa decadencia? Claro que no. Nadie nos prepara para ser testigos o víctimas de escenas terroríficas. Probablemente en el ejército a los hombres y mujeres se les da un aprendizaje para que puedan vencer al enemigo, y eso incluye todo tipo de prácticas. La guerra es una expresión de aniquilamiento, de máxima violencia, de destrucción. Cuando ya se acaba el diálogo, el razonamiento, entonces tiene lugar la guerra. Nada justifica su presencia. Nada podría ser válido para iniciar una guerra porque las naciones saben que, aunque ganen, se perderán vidas y eso es invaluable.
Elena Enríquez Fuentes, en un ensayo sobre la violencia, recuerda un poema de Rosario Castellanos: “La oscuridad engendra la violencia/ y la violencia pide oscuridad/ para cuajar el crimen”.
Mary Carmen Sánchez Ambriz
@AmbrizEmece