
En octubre de 2019, se concedió el premio Nobel de Literatura a dos autores: Peter Handke —narrador austriaco— y Olga Tokarczuk —escritora polaca—. Hay que recordar que, tras los escándalos de abusos sexuales y filtraciones, la Academia anunció el mismo día los premios de dos años consecutivos. Antes de la notificación, el nombre de Tokarczuk era familiar para los críticos literarios especialistas en narradores de Europa central, mas no en otras latitudes. No obstante, el Nobel vino a otorgarle más lectores y la atención en su modelo narrativo.
¿Qué tiene de especial la narrativa de Tokarczuk?, ¿por qué logra un equilibrio inusual?, ¿de qué manera ven el mundo sus personajes?, son algunas preguntas que surgen antes de leer a la escritora polaca, nacida en 1962.
Es una escritora con una gran prosa. Se preocupa porque la historia sea interesante y esté bien contada: dos atributos en apariencia sencillos de lograr, mas no siempre presentes. El equilibrio sutil de referencias literarias y amor por la naturaleza, demuestra la habilidad que posee para crear atmósferas y dotar de su visión femenina ese universo violento que decide retratar.
En ningún momento cede a fórmulas establecidas o recomendaciones del área de marketing para que su novela venda más ejemplares. Su meta es clara: hacer una novela policiaca de manera lúcida, inscrita en la mejor tradición de las grandes historias de detectives, pasando por Poe —creador del género policiaco—, Henry Cauvain y Conan Doyle. Si bien la figura del detective se forjó con rasgos comunes como el empleo del razonamiento deductivo, el uso de los disfraces, la habilidad para descifrar mensajes y símbolos, y cierto estado melancólico, en la segunda mitad del siglo XX los investigadores adquirieron atributos relacionados con sus vicios, torpezas y obsesiones, más cercanos a la idea que sugiere que es mejor reírse uno mismo de sus propios defectos.
¿Cuál es el principal tropiezo de las novelas policiacas? El abuso de lugares comunes, una prosa desigual que está más ocupada en revelar pistas que en cómo se describe la historia y, por supuesto, saltan de inmediato los momentos predecibles de la novela. Sin embargo, Olga Tokarczuk sólo utiliza a la novela negra como un medio para desarrollar la trama, porque su preocupación está enfocada en dos asuntos principalmente: lograr una armonía entre lo que describe (los paisajes y demás elementos de la naturaleza así como el rastro de algunos animales) y las poderosas imágenes literarias de William Blake. Es una historia en donde la sabiduría hacia la naturaleza queda convocada así como el acto de leer el destino de los seres humanos a través de las estrellas.
Leer a Tokarczuk remite a tener un lápiz cerca para subrayar una serie de imágenes en su prosa, inmejorables descripciones y otros alcances de su pluma. Janina Duszejko, narradora y testigo de la historia, es una mujer ya entrada en años, enferma, que vive sola en una cabaña a las afueras de la ciudad de Klodzko, al sureste de Polonia. Es ingeniera especializada en la construcción de puentes, actualmente está retirada y se dedica a dar clases de inglés, a hacer cosmogramas —horóscopos— y también ocupa su tiempo en traducir a William Blake. Tiene la costumbre de no recordar los nombres de las personas que conoce y, de manera intencional, les da otro apelativo que se relacione más con lo que ella piensa de las personas. Así surgen los nombres de Pandedios y de Pie grande, personaje que fue asesinado y cuyo misterio deberá resolverse. Pero Pie grande no es el único cazador que ha muerto, también hay otros más que pueden sumarse a la lista y están relacionados con la cacería furtiva.
Llama la atención la formación de la autora. No emprendió estudios literarios ni en áreas afines, sino que se especializó en el comportamiento de los seres humanos, de sus emociones y reacciones. Se graduó en psicología en la Universidad de Varsovia, laboró algunos años en un centro de salud mental en Walbrzych y se considera discípula de Carl Jung. Luego decidió dedicarse plenamente a la literatura —escribe poesía, narrativa y ensayo—.
En una entrevista que tuvo la escritura con The Guardian —20/04/2018—, comenta que “escribir un libro solamente para saber quién es el asesino es un desperdicio de papel y de tiempo, así que decidí poner en él [Sobre los huesos de los muertos] los derechos de los animales y una historia de ciudadanos disidentes que se dan cuenta de que la ley es inmoral y ven hasta dónde pueden llegar diciendo no a eso”.
Activista, feminista, ecologista, ha sabido relacionar el conocimiento que tiene de la psicología con el desarrollo de sus historias, en donde puede percibirse un halo de modernidad y, a la vez, un reclamo social por la manera en que los seres humanos hemos contribuido al deterioro del planeta.
En la novela hace referencia a que olvidamos lo importante que son y lo mucho que revelan de nosotros los pies, incluso los ve como una parte más íntima que los órganos sexuales o el corazón: “Es en los pies donde se esconde todo lo hay que saber respecto al ser humano, es ahí donde el cuerpo concentra el sentido profundo y dice quiénes somos realmente y cómo nos relacionamos con la tierra. Es la manera que tenemos de tocar la tierra, en el punto en que la tierra se une con el cuerpo se encuentra el misterio: nos recuerda que estamos hechos de materia y al mismo tiempo somos ajenos a ella, que estamos separados de ella.”
Su prosa es como un susurro que cuenta una mujer sensible y sagaz, más nunca perfecta porque sabe que la perfección sólo se encuentra en el equilibrio armónico de la naturaleza.