
No existe una sola manera de describir la maternidad, sino diversas formas. Esta novela podría decirse que es como un caleidoscopio que muestra varios ángulos: los cristales de cierto color coinciden a veces y otras no, mas siempre se tejen vínculos que no necesariamente concuerdan con los lazos de sangre. Son tres historias sobre la maternidad en donde se respira angustia, dolor, desasosiego y se comparten aprendizajes.
Si la maternidad se halla dotada de complejidades, habría que sumar una más: la discapacidad infantil. ¿Una mujer se puede preparar para ser madre de una niña enferma? ¿Puede el nacimiento ser un detonante de un vínculo de amor que, en el caso de Inés, está a punto de ir a la inversa; es decir, nacimiento y muerte se presentarán en cuestión de minutos? ¿Qué hace una mujer que conoce el escaso desarrollo que tendrá su hija?
Como lectores se tiene la idea que somos intrusos en la intimidad de mujeres que no se encuentran en el mejor momento de sus vidas y que, en el tiempo que ellas lo decidan, deberán adquirir fuerza para dejar atrás la oscuridad y reinventarse.
Laura y Alina son un par de amigas que coinciden en París, y con los años retoman esa amistad que, sin proponérselo, sobrevive y se vuelve más sólida. Alina y Aurelio, después de varias pruebas de fertilidad, esperan a su primogénita. No obstante, la niña tiene un grave problema de salud: su cerebro no crece como es debido. Los doctores no creen que la pequeña pueda sobrevivir después del parto, por ese motivo la madre decide tomar una serie de medidas para poder asimilar la pérdida y, al mismo tiempo, trata de disfrutar de su hija. Pero la niña resiste y se va a casa con sus padres, con cierto escepticismo de parte de los doctores. Esa es la historia central del libro, cómo una mujer enfrenta la discapacidad de su hija. Cuando parece que Alina se instalará en el rol de madre incomprendida, desolada, recibe apoyo de Aurelio, y ambos deciden contratar a una niñera para que cuide de Inés. De ese modo Marlene se convierte en una segunda la madre de Inés, en las horas que Alina retoma su vida laboral.
La segunda historia que se desarrolla es la vida de Doris y Nicolás, madre e hijo, vecinos de Laura. Nicolás es un niño de carácter temperamental que hace berrinches diariamente. Doris es viuda, profesionista y madre de Nicolás, quien va en tercero de primaria. Uno de los retos más grandes en la vida de Doris es ser madre de un chico con problemas de conducta y actitudes violentas. Poco a poco Laura se involucra en la vida de ellos porque escucha lo mal que la pasa el niño. Doris cae en un estado depresivo, en tanto Laura se hace cargo de Nicolás: lo alimenta, supervisa que haga su tarea, lo lleva al parque. Tal como ocurre en la historia principal, otra vez aparece una madre sustituta y es Laura, quien por elección propia ha vivido alejada de la maternidad.
Y el tercer relato bordea los límites de la filosofía, el estudio y comportamiento de las palomas que se reproducen en un balcón, y la relación de Laura con su madre que, en términos objetivos, no posee tantas coincidencias como imagina. Como sucede en Apegos feroces, de Vivian Gornick, por más cerca que estén la una de la otra, jamás llegarán a conocerse realmente. Por ejemplo, su madre, para extrañeza de Laura, ha decidido pertenecer a un colectivo feminista. Aunque a Laura no le incomoda descubrir en su progenitora a una activista, le habría gustado enterarse de su nueva faceta por su propia madre y no por casualidad.
De la historia principal que guía a la novela, resulta inevitable no pensar en Una cuestión personal de Kenzaburo Oé, en donde relata la historia de Bird, un hombre que lucha por aceptar en su vida y en su familia a un niño con discapacidad. Con los años, Oé reveló que es la historia personal que vivió con su hijo, Hikari, cuyo nacimiento fue un parteaguas tanto en su vida como en su escritura. Luego el escritor japonés acertó en la manera de vincular ese hecho con la presencia de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki; es decir, partió de un caso vivencial para luego relacionarlo con algo social y así poder vincular a más personas. Este procedimiento también coincide con lo abordado por Guadalupe Nettel: después de que elige enfocarse en rostros heterogéneos de la maternidad, pasa a hablar de la violencia de género.
¿Qué le sobra y qué le falta a la historia? La narrativa lograría más fuerza si se omitieran los sermones moralinos (e imágenes monjiles) de Laura sobre el budismo. Y no porque se trate del budismo, podría haber sido cualquier otra religión; sin embargo, demasiada pedagogía hace que se caiga en frases de superación personal de esas que le doran la píldora al más necesitado de cariño. Por otro lado, se extraña cierta dosis de ironía que Nettel ha desplegado espléndidamente en otros de sus libros.
Pese a lo anterior, hay varias maneras de mirar de forma positiva este entrecruzamiento de historias, de heridas: la autora —y en esto también recurre al modelo de Oé— parte de un caso real y se adentra en el tema de la microcefalia neonatal con el ímpetu de una periodista que tiene en mente a Tom Wolfe y su manera de ejercer el nuevo periodismo. También es una visión polifónica que derriba la idealización de la maternidad y la expone con sus abismos, más realista y cercana a una sociedad fracturada, sumamente dañada, por la violencia hacia las mujeres.