
La risa franca era parte de Alí Chumacero, hombre a cualquier edad siempre jovial y fresco. Parecía navegar en la superficie (con ocurrencias simpáticas y un oficio de editor que él rebajaba, para no sobresalir demasiado, a la condición de simple corrector), pero su poesía lo delata como un poetaoscuro, misterioso, profundo. José Emilio Pacheco decía que vivía Alí la paradoja de ser el más intelectual y el más antintelectual de los poetas mexicanos.
Al igual que Juan Rulfo, fue un autor de una obra breve, intensa. Tres libros de poesía conforman su labor poética: Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1948) y Palabras en reposo (1966).
En esa obra, su “Responso del peregrino” guarda un sitio central. Es, para decirlo rápidamente, su Muerte sin fin o su Piedra de Sol: aunque no tenga la extensión de esos largos poemas de Gorostiza o Paz,coincide con ellos en su gravedad. Deber ser leído en voz alta y aun así el misterio de los versos permanece. Hay quien lo ha percibido como un poema religioso, dedicado a la virgen de Lourdes, aunque no lo sea del todo; y como un poema amoroso, escrito para su futura esposa, María de Lourdes; sin embargo, sus páginas se resisten, por su hermetismo, a que sea visto de esa manera.
Uno de sus valores consiste en resistirse a lecturas sencillas. O evadircualquier interpretación, sin perder su belleza.
En términos anecdóticos se trata de un poema prematrimonial. Lo escribe Alí en el año de 1949, en los meses previos a contraer nupcias. En esta edición facsimilar puede uno adentrarse en la cocina o taller de la escritura, al ser reunidos hasta veinte originales mecanográficos y quedar constancia de la versión publicada en el suplemento México en la Cultura (el 12 de junio) y la incluida en Palabras en reposo. Lamentablemente, para redondear la faena, en estos dos últimos casos no se incluyen las fotografías de la colaboración ni de las páginas del libro.
Figuran testimonios sobre Alí y lecturas del “Responso” por parte de Jame Labastida, Vicente Quirarte y Felipe Garrido, quienes coinciden es esa suerte de contradicción profunda entre el ser ligero (bohemio, dicharachero) y la voz profunda del poeta, una sabiduría que luchaba por no ser exhibida. Un intelectual y un antintelectual, como decía Pacheco, ubicados en un mismo ser. Para Octavio Paz era el de Alí “un lenguaje de escamas y suntuosas opacidades, rotas aquí y allá por centelleos”.