
Cada vez hay más escritores que se sienten cómodos al frecuentar el ensayo creativo, incluso en ocasiones lo anteponen a la novela y al cuento. Podría pensarse que, en tiempos de pandemia, no hubo nada más ideal que este género para retratar la serie de acontecimientos insospechados que vivimos. No obstante, antes del confinamiento ya había una tendencia marcada hacia la crónica y la autobiografía, en un cruce de rutas con tendencia a la reflexión.
Daniel Saldaña París (Ciudad de México, 1984) es un poeta y narrador que ha trabajado como editor, escritor fantasma, reseñista e investigador tanto en México como en España, Canadá y Cuba. Para él viajar significa ganarle una batalla a la rutina, y eso se puede comprobar a lo largo de las nueve crónicas. El narrador avanza, se detiene, recuerda, soporta, reflexiona y continúa con su desplazamiento. Séneca decía que cabalgar, viajar y mudarnos de un lugar recrean el ánimo. ¿Cuántos motivos hay para cruzar fronteras? Se viaja para huir del pasado o de una ciudad, acaso de sí mismo, o para saciar la sed de conocimiento e, incluso, como deporte.
Ejecuta acercamientos literarios y autobiográficos que van desde la orfandad, la errancia, el desasosiego, las drogas, la soledad, la cetrería, los libros y los aviones. La crónica que da nombre al libro, “Aviones sobrevolando un monstruo”, es un conjunto de reminiscencias, claroscuros sobre la inabarcable Ciudad de México. Desde la azotea de una casa en la colonia Narvarte, el escritor mira el paso de los aviones, pues es la ruta que toman hacia el aeropuerto. A Saldaña París le llama la atención el ruido de los aviones, incluso que una conversación se interrumpa por el avión y, debido al sonido, ya no es posible escuchar con claridad al interlocutor.
El narrador elabora un examen de conciencia sobre lo que observa, lee, asimila y despliega de su historia personal. Al intentar huir del ensayo grandilocuente, de ese conglomerado de snobismo que ciertos autores ostentan, cubierto de oropel y lugares comunes, en donde lo único que importa no es la efectividad de Cortázar en Rayuela sino el instante en que ellos arribaron a la narrativa cortazariana, aprovecha la oportunidad para lanzar reproches al mundo cultural mexicano que, acaso, alguna vez no lo apoyó o pecó de torpeza al no darse cuenta de su monumental talento.
El estruendo de esos aviones que ya son una costumbre en la Narvarte, cuyos vecinos están adaptados a la ruta aérea y nunca imaginarían irse a quejar porque así han vivido siempre y porque en alguna parte del cielo deben cruzar los aviones, provoca que el escritor recupere no sólo el ruido de las aeronaves sino también de los escritores. Para Saldaña París, en la actualidad la literatura mexicana puede definirse como una gerontocracia. “Los viejos son celebrados por cumplir años; los jóvenes son mirados con recelo y tratados con displicencia. Y los talleres, en general, son espacios en los que se liman todos los ángulos de la escritura, homogeneizando y quitándole filo a la rareza del texto. Durante tres años viví gracias a becas de ese estilo, oponiendo al sistema de talleres una tozudez hiperbólica” (p.17). De la ruta aérea pasa al periplo crítico. Luego describe su trabajo como editor de una revista literaria. “Editar cada número era como bailar con hienas. Escritores afines al poder político repartiéndose un prestigio imaginario y macerándose en la mediocridad de una prosa que, como mucho, aspiraba a una pálida eficiencia” (p. 18).
Quizá los textos más afortunados son “Los animales prostéticos” e “Historia secreta de mi biblioteca”. En el primero de ellos habla de la relación de su maestro Jerry con los halcones y otras aves, en donde comparte el empeño que puso en aprender esta afición. Se levantaba de madrugada para poner en práctica la templanza y serenidad que deben sentir las aves para que se coloquen en el brazo que las sostiene. Gonzalo Rojas relataba que, antes de escribir poesía, verificaba si tenía la habilidad de clavar un cuchillo sobre una mesa de madera, así de tajo, sin más; si esto ocurría, quería decir que estaba listo para escribir. Trasladado esto al arte de la cetrería, podría decirse que si el ave se coloca en el brazo y siente la seguridad de su entrenador, se está listo para narrar. Después, en otro texto, relata cómo fueron llegando los libros que posee en su biblioteca. Lo curioso es que no únicamente nombra los ejemplares que tiene enfrente, sino también se acuerda de los volúmenes que prestó o que alguna vez fueron suyos, y luego con los cambios de casa, o de país, se fueron.
Ricardo Piglia se asombraba porque en la última dictadura cívico-militar que gobernó en Argentina, la más sangrienta, no parecía haber signos de horror en su escritura. Decía que en sus cuadernos —Los diarios de Emilio Renzi— “todo parece seguir igual, la gente trabaja, se divierte, se enamora, se entretiene”. En los años que Daniel Saldaña describe a la Ciudad de México, él está instalado en el horror, la desprecia, la padece, por ejemplo en la mala calidad de la cocaína. Como si se trata de una guerra, el escritor imagina que un avión —de esos que a su paso por la Narvarte hacen que el cielo se rompa—, lanzabombas sobre la capital. Se trata de una metáfora que, en principio, parece que podrá liberarlo también de sus rencores; sin embargo, a medida en que se avanza en la lectura es evidente que no fue así.
Mary Carmen Sánchez Ambriz