Cultura

El nido vacío

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Vuelos vespertinos. Helen Macdonald. Anagrama. España, 2021.

Ciencia, ecología y buena prosa se dan cita en este libro. No se trata de un título más sobre el esplendor de la naturaleza con grandes imágenes a color, sino de un acercamiento a lo que la autora propone como un bazar de asombros, en donde las vivencias de la ensayista se relacionan con la fauna y la flora que admira.

Nabokov coleccionaba mariposas. Helen Macdonald (Chertsey, Reino Unido, 1970) recolecta instantes de su experiencia como naturalista e historiadora de la ciencia. En el siglo XVI comenzó el auge en los salones, palacios y casas de Europa, de los Wunderkammer, gabinetes de curiosidades, precursores de los museos actuales, espacios que reunían infinidad de objetos desde fósiles, piedras, trozos de coral, plantas secas, pinturas en miniatura, espejos hasta aves, peces o insectos disecados.

Pájaros, cisnes, halcones, hormigas, jabalíes, loros, liebres, deambulan en la páginas de este volumen acompañados por la mirada crítica en favor de la ecología y la buena salud del planeta. Cada capítulo está dedicado a una especie determinada o a un tipo de flora, representativa del Reino Unido. Sin embargo, la ciencia no está en un primer plano sino engarzada a la historia personal de la autora. En ese sentido, cada fragmento es un ensayo creativo, lúcido, nítido, fresco, dinámico y preciso.

¿Cuántas veces los académicos prefieren navegar por los intrincados laberintos del conocimiento, o bien ordeñar un tema hasta el hartazgo? ¿Cuándo se preocupan por utilizar las comparaciones sencillas para que sus hipótesis sean comprendidas en su totalidad?

Pocos son los estudiosos de la ciencia que pueden lograr conciliar dos asuntos fundamentales: la esencia de la naturaleza y los conflictos existenciales de nuestra cotidianeidad. Helen Macdonald obtiene interesantes resultados al tejer capítulos que parten de su vida en relación con el medio ambiente. No es un libro más sobre aves que migran o la fragilidad de los nidos de pájaros, sino un compendio de lo que representa ser una investigadora de la ciencia y una mujer observadora, sensible, que puede distinguir en qué momento el ser humano le está haciendo más daño al planeta.

Lo escrito por Macdonald recuerda al Diario de Oaxaca, de Oliver Sacks, quien realizó un viaje a México motivado por la gran cantidad de especies de helechos que hay en Oaxaca, (casi setecientas variedades). El conocimiento de Sacks es meticuloso, sumamente disfrutable acompañado de sus descubrimientos y fascinaciones por la zona donde predominó la cultura mixteca y zapoteca; es grato leer a Sacks en su aventura por el Itsmo de Tehuantepec, salpicada de conocimientos eruditos.

En el universo del ensayo científico el libro es una rara avis. La autora se desempeña como investigadora del departamento de Historia y Filosofía de la ciencia de la Universidad de Cambridge; también es colaboradora en The New York Times Magazine y autora de H de halcón, un volumen sobre pájaros, literatura, amor, pérdida y el arte de la cetrería; un ensayo que la reconcilió con la vida tras la muerte de su padre. Podría decirse que Vuelos vespertinos tiene el mismo tono y es una continuidad de H de halcón, porque la base sobre la que están edificados es homogénea: cuenta su propia historia desde su niñez, adolescencia y madurez, etapas en donde la ciencia siempre estuvo presente.

Cuando era niña, Macdonald solía irse a dormir repitiendo cuáles son las capas de la Tierra. Es algo que un niño comúnmente no hace, pero que, desde su punto de vista, tenía una razón de ser. Así que la pequeña recitaba, ya metida en la cama: corteza, manto superior, manto inferior, núcleo exterior y núcleo interno. Luego continuaba hacia arriba, contando las capas con menor presencia de oxígeno: tropósfera, estratósfera, mesosfera, termósfera y exosfera. Esa pequeña de siete años, según describe, pensaba que dormir era una pérdida de tiempo y a veces en sus sueños sentía la necesidad de saber cómo regresar a su casa y, en medio de ese trance experimentaba angustia porque se desorientaba. De algún modo, conocer las capas de la Tierra la afianzaban al planeta, a su hogar.

Para Macdonald el único aporte que trajo consigo la Segunda Guerra Mundial fue que en Inglaterra se formaron agrupaciones para la custodia de nidos de pájaros en los diferentes bosques, pues ya se había desatado la mala costumbre de robar huevos. Esta medida contribuyó a la recuperación de varias especies, en particular halcones. Y se presentó un interesante paralelismo: los soldados heridos en el frente de batalla, una vez que lograron su recuperación, se enlistaron en brigadas para proteger el medio ambiente y, en específico, para vigilar la seguridad de nidos y polluelos.

Otro dato curioso: ella fue una bebé prematura, tuvo que estar un tiempo en una caja de plástico transparente, especie de nido, antes de poder reunirse con su familia. Sobrevivió al parto, pero su hermano no. Esos instantes de soledad los ve reflejados cuando encuentra nidos de pájaros abandonados. “Fue así que comprendí el poder especial de los huevos para generar interrogantes sobre el dolor y el sufrimiento humano. Me di cuenta de por qué me inquietaban los nidos de mi colección infantil. Me remontaban a una época de mi vida en la que el mundo no era más que sobrevivir en aislamiento. […] Llegó el día en que, por casualidad, descubrí que si me acercaba el hueco de halcón a la boca emitía sonidos de cloqueo muy bajitos, el polluelo que estaba ya a punto de salir del cascarón me respondía. […] Yo hablaba a través de la cáscara de un huevo y lloraba”.

Mary Carmen Sánchez Ambriz

@AmbrizEmece

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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
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  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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