Hijos del águila. Gerardo de la Torre. Fondo de Cultura Económica. México, 2020.
Hace unos días falleció Gerardo de la Torre (Oaxaca, 1938-Ciudad de México, 2022), su partida es un pretexto para emprender la relectura de su obra. Era un hombre generoso no sólo con sus amigos sino también con sus alumnos, a quienes corregía hasta que lograran mejorar su escritura. En él había un espíritu invaluable como docente: era un juez severo, nada benévolo porque en ocasiones tanta amabilidad termina por esconder la verdad y nulifica la enseñanza y, al mismo tiempo, se volvía un amigo de sus alumnos, consejero en las penas de amor y un gran conocedor de la literatura en el momento de recomendar libros de autores mexicanos y de otras latitudes.
Recuerdo a Gerardo de la Torre caminando por la colonia Narvarte, asomado desde el balcón de su departamento donde se veían las palmeras de Vértiz, inmerso en algún proyecto literario, o bien haciendo del nombre de la colonia un verbo: narvartear. Como si sus paseos fueran una suerte de ejercicios literarios para hallarse a sí mismo, divagaciones como quien pisa y desanda sobre sus huellas, trota, mas no se desboca ni tropieza; era una especie de flâneur de la Narvarte, poseía una visión crítica de la vida cotidiana y de los cambios en la política del país.
En 2020, el Fondo de Cultura Económica reeditó en la Colección Popular la novela Hijos del águila. De la Torre supo tomarle el pulso a la clase obrera mexicana y lo transmitió a la literatura de manera magistral. Hay una búsqueda que parte de lo colectivo a lo individual, de las injusticias y problemas comunes a los enredos de un núcleo familiar que no resolvió conflictos y los fue acarreando hasta sus últimas consecuencias. Muestra su habilidad para desarrollar la tensión dramática que recorre las páginas del libro: la rivalidad entre dos hermanos, Víctor y Alfredo Novoa, trabajadores de la industria petrolera en Minatitlán, enamorados de Elena.
En 1988, cuando se conmemoraron cincuenta años de la expropiación petrolera, Pemex organizó un concurso de novela e Hijos del águila fue la ganadora. Un año más tarde se editó bajo el sello de El Juglar y pasaron más de tres décadas para que se volviera a poner en circulación. La prosa de Gerardo de la Torre está dotada de una solidez narrativa y además tiene una gran habilidad para delinear el perfil de sus personajes. De su admiración por la literatura norteamericana del siglo XX, en especial Faulkner y Hemingway, de la literatura policiaca estadunidense y del nuevo periodismo encabezado por Tom Wolfe, el escritor asimila una serie de estrategias narrativas que tarde o temprano incorpora a su literatura. En la Antología de la narrativa mexicana del siglo XX (Fondo de Cultura Económica, 1991), Christopher Domínguez Michael refiere: “De la Torre hace novela de tema proletario sin recurrir a simplificaciones ideológicas y sin renunciar a su clara perspectiva política militante. Su prosa, escasamente valorada, es profunda y colorida, y su recreación del mundo popular, notable”.
En la historia tienen lugar dos conflictos: el laboral en la refinería de Minatitlán y los vericuetos en el corazón de los hermanos enamorados de la misma mujer. La sección de las referencias históricas está muy bien resuelta, pues el autor recurre a nombrar una serie de acontecimientos mundiales para situar al lector en los años que ocurren los hechos: 1936, 1937 y 1938, cuando tiene lugar la expropiación petrolera, durante el sexenio de Lázaro Cárdenas. En tanto que el problema amoroso también encuentra una salida encomiable que ya no podrá arrastrarlos al rencor y a la desunión familiar.
Relata: “Víctima del fracaso más grande de su vida, quizá definitivo, se preguntaba qué infame divinidad había determinado que el destino de los petroleros de Minatitlán se escribiera en otra parte. El sindicato nacional es la esperanza, la unidad de todos los petroleros del país fortalecerá su lucha, el contrato colectivo de trabajo garantizará para siempre el avance hacia el bienestar del gremio, un solo sindicato y una sola lucha. Y resultaba que la gran alianza, en vez de dar muestra de la fuerza, le daba debilidad. ¿Qué se creían esos malditos dirigentes que sin consultar a la gente se echaban para atrás? Tuvieron miedo, los atemorizó el gobierno o se vendieron a las compañías. Decían que el presidente Cárdenas era amigo de los trabajadores y ese mismo presidente Cárdenas les pedía que renunciaran a la huelga”.
Se trata de una historia de remembranzas y, en cierto sentido, de recuperación de la figura paterna. A través de las conversaciones con Lauro Marini y a partir de los libros que dejó Enrique Novoa, Víctor intenta saber quién fue su padre y cuáles eran sus intereses. Entre los libros del viejo revolucionario se encuentran: Moby Dick, El periquillo sarniento, Memorias de ultratumba, Cándido y obras de Kropotkin y Proudhon.
De la Torre también trabajó en la industria cinematográfica y realizó guiones para televisión. Su interés por el cine se ve reflejado en la manera en que se desarrollan los diálogos en sus libros, parecen secuencias de habilidosos esgrimistas que, por medio de la palabra, efectúan una serie de movimientos para salirse con la suya.
La obra de Gerardo de la Torre se pudo haber recopilado en varios tomos o reeditado en otros sellos, pero hubo cierto pudor de su parte y prefirió evitar caer en protagonismos. Pensaba que los libros tarde o temprano encontrarían su camino.
Extrañaré sus palabras, su ironía y sus periplos por la Narvarte.
Mary Carmen Sánchez Ambriz
@AmbrizEmece