
Un padecimiento común en esta época es la depresión. Cada vez es más frecuente enterarnos que alguien cercano libra una batalla contra el desasosiego. Hay varios libros e infinidad de artículos que examinan la depresión; sin embargo, no son accesibles a los lectores no especializados en la ciencia. Como suele ocurrir en los estudios médicos, parecen pensados para cierto tipo de personas porque al resto de la población no se nos transmite el “código secreto” para poder atender al entramado clínico. Así de impenetrables son esos análisis, saturados de cifras que aderezan el aburrimiento y terminan por alejarnos de ellos.
Pocos autores que se dedican a la ciencia logran derribar ese muro forjado por la academia y hacen que sus textos se vuelvan más cordiales, atractivos, lúcidos. El binomio de los escritores y la ciencia puede darse de dos maneras: de comunicólogos con interés de difundir la ciencia o de científicos con la misma inquietud. El doctor Jesús Ramírez-Bermúdez pertenece a esta última clasificación.
Lo que presenta Ramírez-Bermúdez es un gran trabajo de investigación, de interés actual, forjado desde la perspectiva de un ensayista que sabe en qué momento soltar referencias literarias, datos relevantes, casos clínicos, en favor de la claridad y amenidad. El autor escudriña la historia, la filosofía y reúne textos para todo aquel interesado en el tema. Imagino que sus envidiosos colegas le reclamarán por no haber conservado ese “código secreto” para evitar que los familiares de sus pacientes los sorprendan con preguntas casi como si fuera un asalto. Pero seguramente eso no le importa al autor, quien en todo momento tiene en mente que la dosis necesaria para este tipo de libros es el equilibrio armónico entre la ciencia y la reflexión; es decir, el ensayo.
¿Puede haber estilo literario en un libro sobre ciencia? En este caso sí, quizá porque se trata de una excepción. Cada vez que concluye un capítulo, el autor con destreza lanza las preguntas necesarias o elabora el párrafo contundente que será el encargado de engarzar esa última reflexión con el siguiente apartado del libro. Una cortesía que el lector agradece en medio de información científica sumamente detallada, además de momentos clave que remiten a la historia de la depresión, desde la antigüedad, los griegos, hasta nuestros días. Por ejemplo, menciona a Heráclito, filósofo que era reconocido por su permanente estado de melancolía y a Demócrito, “el filósofo que ríe, considerado un loco porque reía a la menor provocación”. Esos opuestos hacen que Ramírez-Bermúdez cite a Lope de Vega en la siguiente descripción: “Heráclito, con versos tristes, llora; Demócrito, con risa, desengaña”.
Es curiosa la manera en que Galeno solía clasificar a las personas: “melancólicas, flemáticas, sanguíneas y coléricas, de acuerdo al predominio respectivo de bilis negra, flema, sangre o bilis amarilla”, tipología que ha carecido de validez científica, anota el escritor. Anatomía de la melancolía, de Robert Burton, un libro espléndido, figura como un antecedente importante del siglo XVII, en donde se habla de temor, tristeza y delirio sin fiebre. No obstante, es el término “lipemanía”, aportado por Esquirol, que se refiere a un trastorno en el cerebro acompañado de un estudio de las emociones, lo más cercano a lo que ahora conocemos como depresión.
Por su parte, Freud señala que en la melancolía hay una pérdida de interés por el mundo exterior, la capacidad de trabajar y amar. Ramírez-Bermúdez se detiene en el estudio de Freud en el tema y elabora una escala de prioridades según el médico de Viena, quien sintetiza la tradición de la neuropsiquiatría europea.
Llueven ideas de manera incesante y, aunque no somos especialistas en el tema, no queremos que ninguna de ella se resbale de nuestras manos. Pese a que la frialdad de los números es como el granizo en medio de ese torrencial aguacero, también lo tomamos para asimilar el tejido histórico neuronal y psicológico que se construye desde estas páginas.
El caso de Aldous Huxley queda muy bien retratado. Es un caso de quien pudo vencer la depresión pese a situaciones adversas. Huxley tenía problemas de debilidad visual, su esposa murió de cáncer, su madre falleció, uno de sus hermanos se suicidó y le tocó vivir entre las guerras mundiales. “Sin duda, su creatividad literaria y sus capacidades de reflexión filosófica fueron recursos muy útiles al servicio de la resiliencia”, indica el autor.
¿La depresión suele sobrediagnosticarse? ¿Actualmente se usan indiscriminadamente los antidepresivos? ¿La genética influye en la depresión? ¿Sabemos realmente las causas sociales que dan origen al trastorno? ¿Cómo repercute que exista inseguridad, problemas económicos y crimen organizado en el comportamiento de los seres humanos? ¿El alejamiento de alguno de los padres influye en la salud mental de los hijos? ¿La violencia sexual agudiza la depresión? Son algunas de las preguntas que planea y resuelve esta reflexión, inscrita en la mejor tradición del ensayo moderno, una revisión histórica sobre diversas aristas de la depresión que rememora lo hecho por Oliver Sacks (el autismo), Francisco González Crussí (la muerte) y Federico Ortiz Quezada (la muerte), todos ellos científicos, interesados en cruzar esa delgada línea que divide a los ensayos analíticos con la sagacidad de una buena prosa.