Entre los mayores favores de una campaña electoral hacia el político, está la posibilidad de hablar sobre el país sin ocuparse un instante de él. Una vez terminada la jornada electoral, el periodo de gracia se extiende tanto como permita el autoengaño.
Presumir los votos no urbanos es eternizar el mayor pendiente nacional y no una conquista popular. Enaltecer hasta la fantasía los triunfos urbanos atestigua la enorme inequidad y el papel en ella de quien presume. La relación de votos contra escolaridad no debe verse a manera de condicionante sino como la continua deuda del país consigo mismo. No ha existido gobierno en la vida política de México sin usufructuar la precariedad educativa, en salones y en cultura democrática. Algunos, como el actual, la han romantizado y llevado a la cursilería.
Se debe buscar esa mayor escolaridad pese a los posibles réditos de no hacerlo. Si hay un dejo de responsabilidad, gobernar debe ser siempre un esfuerzo por educar.
Nuestra educación no es un pilar sino un rezago fundacional. Educación para entender los objetos a reclamo y las vías de reclamo. La democracia malentendida desprende su mediocridad en la permisividad de los electores a las expresiones más mercantiles y menos políticas en las boletas. Esa permisividad sólo existe cuando la ignorancia política se convierte en un hecho fundamental. Cuál autoridad moral es posible si la mayoría simple en el legislativo depende del partido mercenario con cada titular del Poder Ejecutivo.
Sin entender el papel de la enseñanza y sus herramientas, se confunde la pedagogía política con la tutela en el arte de manipular ideas. No se trata de dar información en el código maniqueo de las campañas, como de enseñar a desechar esa información.
En términos democráticos hay una educación paralela a las aulas, esas desatendidas y sin libros de texto porque para quien tiene una mínima idea de ellos —pequeñita—, éstos son una apuesta en el tiempo contraria a la improvisación de lo exprés. La educación preocupada por la democracia es la vista en el futuro a través del bien con mayores repercusiones públicas: el criterio.
Dentro de Palacio el criterio se ha convertido en insulto. Afuera, una ausencia.
@_Maruan